Los días 10 de mayo y 1 de junio de 2018, la doctora Estrella Montolío, gran experta en lingüística hispánica, mejor persona y colaboradora del programa Gente Despierta ( sección «Todo es lenguaje») y un servidor  estuvimos hablando de lenguaje y salud. Lo hicimos en su sección y en la mía («Gente Sana») respectivamente. Nos entrevistó el muy admirable Carles Mesa.

Compartí en su momento los podcast y los vídeos de las entrevistas, aquí: https://juliobasulto.com/lenguaje-y-salud-con-estrella-montolio-en-gente-despierta-1a-y-2a-parte/

Pero Carles Mesa ha tenido la impagable amabilidad (¡GRACIAS!) de transcribir las dos entrevistas. Así que, con el permiso de ambos, las incluyo a continuación.

PRIMERA PARTE

En el espacio «Todo es lenguaje», 10 de mayo de 2018.

CARLES MESA: Y esta noche, Estrella Montolío… ¡Estrella, buenas noches!

ESTRELLA MONTOLÍO: ¡Buenas noches!

CARLES MESA: Y bienvenida…

ESTRELLA MONTOLÍO: Gracias.

CARLES MESA: …trae a su espacio a un colaborador habitual de “Gente despierta”. ¿Una pista? Aquí la tienen: se preocupa mucho por nuestra salud. Lo han adivinado. Pero si alguien tiene dudas, la segunda y última pista: “Gente sana”. Es nuestro nutricionista, Julio Basulto. ¡Julio, buenas noches!

JULIO BASULTO: ¡Buenísimas noches!

CARLES MESA: Y bienvenido.

JULIO BASULTO: Un honor estar aquí esta noche junto a la doctora Montolío, a la que admiro sin reparos.

CARLES MESA: Seguro que los despiertos deben estar preguntándose: “¿qué tienen que ver una experta en Lingüística Hispánica y un nutricionista?”. Estarás de acuerdo… Pues la respuesta es que Estrella Montolío y Julio Basulto han pensado en dedicar dos programas a hablarnos de la influencia de las palabras en la salud. Y quizá, es más, hasta nos hablarán de lo contrario. Es decir, de la influencia de la salud en nuestras palabras. Y hemos dicho que dedicarán dos espacios porque de igual manera que hoy está con nosotros Julio Basulto en “Todo es lenguaje”, el espacio de Estrella, en breve Estrella visitará “Gente sana” para la segunda parte de este interesante viaje. Así que espero que nuestros despiertos tengan las maletas ya a punto para viajar con nosotros. ¿Empezamos por el principio, Estrella? Si no me equivoco, Estrella y Julio, esta idea de dedicar dos programas a lenguaje y salud surgió de vuestro común punto de vista de anteponer siempre la persona a la enfermedad, que no siempre se hace. Es decir, tal y como has insistido, Julio, en varios programas, una persona que padece obesidad no es un “obeso”, de igual manera que alguien que padece SIDA no es un “sidoso”. Y si os parece, empezamos comentando vuestro punto de vista sobre esta cuestión. Estrella, adelante.

ESTRELLA MONTOLÍO: Yo recupero esta frase: “alguien que tiene SIDA no es un ‘sidoso’ o alguien que padece obesidad no es un ‘obeso’” y lo voy a hacer focalizando mi perspectiva en las palabras seleccionadas. Entonces, voy a pedir a las personas que nos están escuchando que piensen un momento en el verbo “ser”. Y en esa ausencia, o prácticamente ausencia de significado que tiene el verbo que utilizamos en la frase “Pepe es un obeso”. ¿En qué otro tipo de frases utilizamos el verbo “ser”? Utilizamos el verbo “ser”, por ejemplo, cuando hablamos de una clasificación. Por ejemplo, cuando decimos “esto ‘es’ un anillo”. O cuando llevamos a cabo una categorización. Por ejemplo, cuando decimos “Robarle a alguien ‘es’ un delito”. O cuando llevamos a cabo una definición de lo que las cosas o los conceptos son. Por ejemplo, un adjetivo es una clase de palabras que habitualmente sirve —que es— para complementar a un nombre. Es decir, el verbo “ser” lo usamos cuando hablamos de características inmanentes e inherentes a las cosas, los procesos o las personas. No a algo provisional sino a algo que pertenece a su esencia. Cuando decimos que “Pepe ‘es’ un obeso” estamos diciendo que la obesidad, sin ningún tipo de matiz, forma parte de la personalidad y de la caracterización de esa persona. Entonces, hemos de ser muy cuidadosos en ese sentido. En que no es lo mismo tener una enfermedad, padecer una enfermedad, tener una determinada temporada —eso ya hablaremos, de las diferencias entre “ser” y estar” en español— que dar esta definición categórica de que una persona “es” su enfermedad. Yo podría seguir enumerando las reflexiones sobre el hecho de identificar a alguien con su enfermedad, pero es probable que Julio quiera añadir algo ahora.

CARLES MESA: ¿Sí, Julio?

JULIO BASULTO: Yo quiero añadir que me encanta cómo habla… Y hablando antes con ella de esto, mientras preparábamos el programa, ha dicho tres palabras que —algunas las has dicho ya— quería retomar porque son muy importantes. Has dicho “la esencia”, es decir, define la esencia de la persona. No es cierto, es injusto, es estigmatizante. Tú no “eres” un obeso; no “eres” obesidad. Tú eres una persona que “tiene” obesidad. Has dicho también antes la palabra “sempiterna” que ahora no has dicho pero se me ha quedado grabada. Sempiterna define como “para siempre”. Siempre has sido así, eres así y seguirás siendo así. Cuando entras en la RAE y buscas una definición es esto.

ESTRELLA MONTOLÍO: Hablamos de un verbo estativo. De estados permanentes. Que no está previsto que la cosa cambie. Como cuando decimos “Julio es hombre”. No está previsto, en principio, que eso cambie.

JULIO BASULTO: Y luego la palabra “identificar”. Te identifica. Y un ejemplo ya alejado de la enfermedad es el vegetariano. Esta persona “es” vegetariana. Bueno, esta persona ahora sigue una dieta vegetariana. Pero a lo mejor mañana deja de serlo. O “es” omnívoro, o “es” carnívoro… Un león sí que es carnívoro, pero un ser humano puede escoger seguir un tipo de dieta, pero no “ser”. “Eres vegetariano”. No, soy muchas cosas, además de ser vegetariano. Añadiría estos pequeños matices que hemos comentado.

CARLES MESA: De hecho, Julio, tú publicaste un texto en agosto de 2014 que titulaste “Un billete arrugado no es una arruga y una persona que presenta obesidad no es un obeso”, que incide justamente en todo esto.

JULIO BASULTO: Sí, un billete arrugado no es una arruga. Esta es una metáfora que se me ocurrió dándole vueltas a un artículo que ahora comentaré de una investigadora a la que admiro y sigo hace años. De hecho, estoy suscrito a todo lo que publica. La doctora se llama Rebeca M. Puhl. Y cuando a una persona le pones la etiqueta de “obeso” parece como si al hecho de etiquetarla de esta manera, de nombrarla de esta manera, le quitases valor. La pones en una categoría diferente que al resto de la población. Cuando en realidad esto no es así. Es decir, la gente no nos está viendo, nos está escuchando y no sabe qué peso tenemos y, por lo tanto, no puede juzgarnos en función de una etiqueta, en este caso la de la obesidad. Pues un billete, cuando lo arrugas sigue valiendo cinco euros. Pues eso es lo mismo que sucede con una persona que padece obesidad, que tiene obesidad. Sigue siendo persona, y por eso tenemos que anteponer el nombre de la persona a la enfermedad. El artículo científico de la doctora Puhl se tituló “Lenguaje y obesidad. Poniendo a la persona antes que a la enfermedad”. Y pone varios ejemplos, no solamente en sobre la obesidad, sino en otros casos como la depresión. “Tú eres un depresivo”. No, tú no “eres” un depresivo, eres una persona que ahora mismo estás padeciendo una depresión. Porque cuando dejes de padecerla, ya no serás una persona con depresión; serás la persona que siempre has seguido siendo. Pone el ejemplo también del niño autista. Ella y otros investigadores lo ponen también. No es un niño “austista”. Incluso “autista”, por cierto, se utiliza…

CARLES MESA: … de forma despectiva.

JULIO BASULTO: Efectivamente. Esto todavía se está utilizando hoy. Tú me comentabas antes que la palabra “subnormal” hoy casi nadie la utiliza de manera despectiva pero hace un tiempo sí. Cuando era pequeño, lo recuerdo perfectamente. Y ahora se utiliza “es muy autista” con una connotación negativa.

CARLES MESA: O “pareces autista”…

JULIO BASULTO: Exacto. Pues esa es una patología que las persona que la sufre no le gustaría saber que la están utilizando de forma estigmatizante o despectiva. Y entonces dice ella (la doctora Puhl) que los sanitarios deberíamos utilizar un lenguaje que se codifica como “las personas primero” y que las personas no se definen por su diagnóstico. Dice: “porque cuando no utilizamos este lenguaje, le ofrecemos dignidad y respeto a la persona”. Y aquí vuelvo a poner otros ejemplos, como son el de la ceguera o el de la sordera. A nadie se nos ocurriría pensar que una persona ciega es una persona que ha perdido la vista por culpa de mirar mal. O una persona que no escucha, que padece sordera, se ha quedado sorda por escuchar mal. “Es que escuchaba con mal oído y se ha quedado sorda”… Sin embargo, mucha gente, muchísima gente, incluyendo profesionales sanitarios, piensa que la persona con obesidad es culpable. Y eso se refleja en ese lenguaje, como digo, estigmatizante. Acabo con una frase que la doctora Margaret Chan, la ex directora general de la Organización Mundial de Salud, una mujer a la que admiraba y sigo admirando mucho, que dijo que “las prácticas de la industria, especialmente el marketing de alimentos insanos y de bebidas insanas para los niños, contribuyen a la epidemia de obesidad”. ¿Por qué digo esto? Porque le persona que sufre obesidad es, en muchas ocasiones, víctima de un ambiente obesogénico en el que estamos todos metidos y que no nos damos ni cuenta y que cada vez va a más, por cierto. Y por lo tanto, como eso se gesta en la infancia y cuando llegas a la edad adulta es muy difícil cambiarlo, tenemos que ser conscientes de que la persona que padece obesidad es una persona que ha sido víctima de algo a lo que la persona que no la tiene no ha sido expuesta o no le ha afectado porque su genética la protegía. Y lo borda con una última frase: “ninguno de los factores que determina la obesidad infantil —dice la doctora Margaret Chan— está bajo el control del niño”. Todo esto viene para descargar de culpa a la persona con obesidad.

CARLES MESA:  Y ahora me gustaría, Julio, que nos comentaras una anécdota que nos contaste en una cena, una cena muy sana. Y es que en el llamado Consenso Mundial de Obesidad, publicado en 2011, en el que participaste como redactor, pediste sustituir la palabra “obeso” por “personas con obesidad”. Y, pese a ello, también se coló algún “obeso” en el texto. Así que la cosa viene de lejos.

JULIO BASULTO: Sí, me sorprendió encontrarme ahí, entre expertos en obesidad y que todas las veces que aparecía la palabra “obesidad” era como “el obeso”, “la obesa”, “los obesos”, las obesas”… en un largo documento que tiene más de cien folios, cuando el consenso internacional ya decía en 2011 que no teníamos que utilizar esto. Desde 1998 se sabe a ciencia cierta que utilizar la palabra “obeso” para dirigirte a una persona con obesidad la estigmatiza y disminuye las posibilidades de que adelgace, si es que tiene que adelgazar. Hay gente que piensa —incluso hay compañeros míos que piensan— que el hecho de que llamar “gordo” o llamar “obeso” motiva a la persona para perder peso, porque le hace ser consciente de su patología. No, justamente lo que dice la literatura es que lo  es lo contrario. Lo estigmatiza, pero es que además disminuye las posibilidades de que pida ayuda sanitaria. ¿Por qué? Porque le ha sentado mal. Si te ha sentado mal lo que te han dicho, no vuelves a acudir a pedir ayuda porque no te gusta cómo te están tratando. Y sí, fui una de las personas que pidió que esto se cambiara, aunque todavía se coló alguna palabra. El documento se titula “Recomendaciones nutricionales basadas en la evidencia para la prevención y el tratamiento del sobrepeso y la obesidad en adultos (Consenso FESNAD-SEEDO)”. Sigue siendo bastante vigente lo que dijimos entonces, con lo cual es un documento para mí válido. Y después de publicarse, se ha seguido investigando sobre el tema y lo que nos dicen los expertos y las expertas es que es mejor que aludamos a la persona que tenemos delante y que padece exceso de peso “índice de masa corporal”, porque se sabe que lo toleran mejor. “Mira, tu índice de masa corporal… ahora te explico lo que es…”. Se lo explicas, se lo defines, pues es correcto que le digas que tiene un problema de peso, que le digas que tiene un exceso de peso, pero que no le digas que es “obeso”, que no le digas sobre todo que es “gordo”, que no le digas que tiene “un montón de grasa”, o algo por el estilo.

ESTRELLA MONTOLÍO: A mí lo que resulta fascinante, y de ahí que hayamos invitado a Julio Basulto a este espacio, es la relación tan estrecha que existe, que a priori a lo mejor no se podía imaginar, entre salud y uso consciente del lenguaje. Lo que está diciendo ese artículo que tú tanto ponderas, Julio, es que los profesionales de la salud y en general todos cuantos tenemos relación con determinadas personas, en general debemos ser muy conscientes de cómo aludimos a las circunstancias de las personas. Porque eso tiene un efecto determinante sobre su estado emocional, sobre su estado físico y sobre las posibilidades de mejorar ese estado. Vuelvo a insistir, por lo tanto, para que quede bien claro, que se trata de no conceptualizar a las personas por su disfunción o por su posible problema actual. Por lo tanto, vamos a intentar erradicar el verbo “ser” de la esencia de “Pepe es obeso” o “María es discapacitada, es anoréxica o menopáusica…”. Las personas no somos la enfermedad sino que la padecemos, la sufrimos o tenemos determinados períodos en nuestra vida. Es importante tener esta idea y creo que es relajante que en la vida de las personas tenemos etapas. Por ejemplo: que las personas pueden “estar” depresivas una temporada. El español, en ese sentido, tiene una flexibilidad que otras lenguas no tienen: la diferencia entre “ser” y “estar”. Alguien que “está” depresivo no quiere decir que lo sea el resto de su vida. Quiere decir que en unas circunstancias temporales determinadas tiene una situación emocional, mental y cognitiva, pero eso es susceptible de cambio. Porque escuchar que “eres” o escuchar que “estás” es completamente distinto. En lo que toca a la obesidad, indudablemente, si las personas escuchan “en esta época de tu vida, tu índice corporal está por encima de lo recomendado” es infinitamente más relajante que “tú eres” tal cosa. Porque el “eres” es la categorización, es la esencia, es lo sempiterno, es aquello que yo no puedo cambiar. Por lo tanto, mi voluntad y mi agentividad no importan porque yo soy así. Y en realidad se cumple lo que solemos hablar tanto en Lingüística como en Psicología: se convierte en la profecía autocumplida. Si tú le dices a un niño o una niña “tú eres una gorda” o “tú eres tonto”. Si repites “tú eres tonto o qué”, “tú eres tonto o qué”, “tú eres tonto o qué”… —y esto está completamente documentado— ese niño va a acabar realmente convencido de que es tonto.

JULIO BASULTO: Y viceversa también. Es decir, si tú le dices a un niño “eres muy bueno”…

ESTRELLA MONTOLÍO: Claro. Si tú le dices “tienes capacidades”, “tú tienes capacidad”, “tú puedes hacer esto si te lo propones”… es indudable que esa persona puede encontrar herramientas dentro de sí para realizar las cosas. Así que, de nuevo, la selección de las palabras no es gratuita. Y a mí me encanta que con el manejo siempre eruditísimo que tiene Julio nos cuente que la bibliografía internacional demuestra de manera empírica la relación estrecha entre salud y selección adecuada del lenguaje.

CARLES MESA: Me tenéis boquiabierto los dos.

JULIO BASULTO: Añadiría una cosa que tú ya sabes, Carles, porque lo he explicado en muchos programas. Pero en la larga conversación que hemos tenido Estrella y yo preparando este programa, no lo he comentado. Y a ver si tienes algo que añadir. Yo peso sesenta y tres quilos. Imaginémonos que mi hermano Jaime, que se lleva un año conmigo y tiene mi misma altura (1,73), no pesa más o menos como yo sino que pesa ciento diez quilos. Jaime tiene exceso de peso. Ahora, imaginad que yo fumo, soy sedentario, bebo mucho alcohol, como muy mal y, además, tengo unas malas relaciones sociales, tengo unas relaciones dañinas. Unas relaciones pésimas, que influyen en mi mala salud. Jaime, que tiene exceso de peso, es una persona que hace ejercicio cada día, que no fuma, que no bebe alcohol o lo bebe excepcionalmente o de manera muy moderada… y es una persona que tiene unas relaciones sociales positivas, y además come saludablemente o no come muy insaludablemente. Lo que dice la literatura científica de forma unánime es que yo tengo más riesgo de patología que Jaime. Y, sin embargo, el término “obeso” o “gordo” tiene una connotación negativa, cuando en realidad no es del todo cierto. Porque no es el peso, es el estilo de vida. Y, por lo tanto, hoy cualquier consenso de obesidad se centra en intentar transmitir al paciente que pequeñas pérdidas de peso son suficientes para mejorar el riesgo que puede suponer para ti el exceso de peso. Son muy fáciles de conseguir con un cambio en el estilo de vida. Y el hecho o no de perder peso no es tan relevante, salvo en casos extremos. Es decir, la connotación negativa además es injusta, porque realmente lo que define el riesgo que tú tienes de enfermar no es el peso sino el estilo de vida. ¿Qué opinas?

ESTRELLA MONTOLÍO: Opino que las palabras rara vez son neutras. A veces tenemos como la fantasía de que existe un lenguaje perfectamente objetivo y que incluso cuando estoy hablando de ciencia las cosas quieren decir exactamente lo mismo para todo el mundo y no hay ninguna connotación. Eso no es cierto. No es lo mismo, por decir una bobada, decir “perro” que decir “can”, porque si digo “can” puedo estar connotando que soy una arrogante, un poco estupenda o que estoy intentando hacer un chiste. Entonces, ¿qué quiero decir con ello? Que indudablemente “sidoso” es un término cargado de connotaciones; “menopáusica” es un término cargado de connotaciones; “obeso” es un término cargado de connotaciones; “gordo” lo es; y cada una de ellas puede tener connotaciones en una línea o en otra. Entonces, las personas hemos de ser un poco más conscientes de qué tipo de lenguaje utilizamos cuando nos dirigimos a los demás y cuando hablamos de los demás, porque esas connotaciones que llevan de manera inapelable las palabras pueden ejercer un gran bien o un gran mal en la mente y en el estado de ánimo de las personas. Eso está perfectamente demostrado.

CARLES MESA: Por cierto, también en el caso contrario. Lo de “flacucho”, que se dice muchas veces a algunas personas. Porque estamos insistiendo en lo de “obeso” pero también en lo de “flacucho”…

ESTRELLA MONTOLÍO: Indudablemente. Es decir, fíjate que la misma estructura corporal cómo puede ser descrita como “esvelto” o “flacucho”. Claro, la persona que recibe sabe perfectamente que no le están diciendo lo mismo, aun cuando se esté refiriendo al mismo número de quilos o de masa corporal. Entonces, claro que las palabras tienen connotaciones. De eso es de lo que tenemos que ser un poco más conscientes. No pensar “suelto una palabra que aproximadamente quiere ser eso y allá va”. Muy especialmente si tienes responsabilidades sobre la salud de las personas. De ahí que alentar la reflexividad del personal sanitario sobre el lenguaje que utiliza y los procedimientos de comunicación es absolutamente esencial para mejorar la salud de las personas. Yo conocí a la persona que llevaba la formación en Comunicación de todo el Servicio Médico de la Seguridad Social en el Reino Unido. Entonces, ellos no podían variar el número de minutos que el médico podía pasar con los pacientes. Pongamos por caso que un médico, de promedio, solo puede pasar con cada paciente diez minutos. Porque si pasa trece, el siguiente solo tendrá siete minutos. Entonces, ¿cómo podemos mejorar la atención o, como mínimo, la percepción de la calidad de la atención recibida? Una manera indudable y absoluta de que la percepción mejore espectacularmente es cambiando los procedimientos comunicativos. Por ejemplo, que el médico o la médico tome la costumbre de levantar la vista cuando entra su paciente, esperar a que se siente, mirarle a los ojos y entonces decir “Buenas tardes. Yo soy la doctora o el doctor tal, dígame quién es usted, por favor”. Sabemos que ese contacto visual que dura segundos, y ese intercambio que apenas ha ocupado unos segundos de nuestro tiempo, ha operado un impacto muy beneficioso sobre la percepción del paciente de que va a ser escuchado o de que la persona que tiene delante tiene un interés real en curarlo. Entonces, si a continuación el médico o la médico tiene impepinablemente que ponerse a escribir en el ordenador porque no tiene ningún administrativo o ayudante que lo ayude en eso, entonces se le dice. Explícale a tu paciente que a partir de ese momento tienes que mirar a la pantalla y lamentablemente no vas a poder estar en contacto visual continuo con él. Y solo con que el médico o la médica diga “mire, ahora tengo que rellenar sus datos, usted me disculpa. Tengo que escribir…”. Solo con que dedique esos veinte segundos en prestar esa atención, mejora espectacularmente la percepción del cuidado recibido. Es más, esto interesa mucho a la comunidad sanitaria, porque lo que mejora es que si hay cualquier error médico, el paciente que ha tenido esta mínima mejora comunicativa se siente mucho menos tentado a presentar una demanda si las cosas no han ido del todo bien. Es decir, los pacientes en general se sienten más proclives a presentar demandas cuando creen que han sido mal tratados comunicativamente. O sea que…imagínate, Carles, hasta qué punto es bueno que Julio y yo combinemos nuestros saberes.

CARLES MESA: Está clarísimo. Cada vez lo veo más claro.

JULIO BASULTO: Estoy buscando un metaanálisis, publicado hace nada, que comprobó que el lenguaje positivo y empático mejora la salud del paciente. Ya no solo que disminuye el número de demandas, sino que había una mejora espectacular en la salud del paciente y mejoraba también el dolor. Cuando el médico es más empático, es más positivo y no es negativo —en este caso, “gordo” o “tísico” o “estás demasiado delgado” tienen una connotación negativa— tiene que decir “yo confío en que tú puedes mejorar”. Independientemente del tratamiento que estés tomando, solo con las palabras puedes mejorar.

ESTRELLA MONTOLÍO: Tú vas a hacer alusión, y eso me encanta de tu trabajo, a los diferentes artículos sesudos internacionales que a través de muestras perfectamente diseñadas y representativas, demuestran empíricamente lo que estamos diciendo. En la misma línea, aludo a las experiencias personales de las personas que nos están escuchando, que no tienen acceso a esos estudios. Cuántas veces hemos escuchado a alguien que con su simple intervención, con su tono de voz, con su manera de hablar, nos pone tres mil. Que tú vas con un poco de carga, de angustia, de lo que sea, y esa persona lo que hace es provocarte mayor ansiedad, inquietud, agresividad, le pegarías a ella, le pegarías al siguiente… Y cuántas veces hemos estado en situación de inquietud emocional y hemos hablado con alguien que con su sola intervención, seguramente ha hecho hasta bajar los latidos del corazón. Es decir, si pudiéramos analizarnos en ese momento, es probable incluso que el cortisol hubiera descendido con solo una buena intervención. Todos conocemos a gente que es capaz de serenarnos con su comunicación. Y gente que hace ponernos a cuatro mil. Yo creo que no es solo por un regalo de las musas o de los dioses que alguien pueda tranquilizar o que alguien pueda enervar, sino que hay también un trabajo consciente de qué es lo que podemos hacer por los demás en nuestra manera de comunicar para transmitir armonía, para transmitir solvencia, saber que estás en buenas manos. O para transmitir tranquilidad o para decir incluso que las cosas están complicadas pero que vamos a trabajar en ello. En muchos sentidos: desde una empresa, en la que tenemos ahora tan malos resultados, hasta dar un diagnóstico. “La verdad, vamos a ser sinceros, la situación no es la mejor posible, pero vamos a trabajar en ello”. Es necesaria esta reflexión sobre cómo de importante es la manera de comunicar a efectos del impacto que podemos producir en los demás.

CARLES MESA: Para finalizar, una breve reflexión del invitado de “Todo es lenguaje “ de hoy, Julio Basulto.

JULIO BASULTO: Más que hacer yo una reflexión final, me gustaría que la hiciera ella. Podemos cambiar. Es decir, somos personas adultas, inteligentes. Podemos cambiar nuestro lenguaje y me gustaría que lo dijera ella y no yo. Porque ella es la experta en lenguaje. ¿Podemos o no podemos?

ESTRELLA MONTOLÍO: Mientras estábamos preparando el programa, Julio ha explicado una experiencia suya que me parece que podemos compartir muchos de nosotros. Y creo que es muy ilustrativa de lo que queremos decir. Julio me contaba: “yo siempre decía muchas palabrotas. Y cuando nacieron mis hijas y mis hijas eran pequeñas, no sé cómo me lo hice, pero dejé de decir palabrotas. En el momento en el que ellas ya se hicieron mayores y ellas mismas ya, en el instituto, en la secundaria, en fin… empezaron a introducir sus propias palabras fuertes, yo volví a dejarme llevar… y bueno, ya con más libertad. Me sentí liberado, de algún modo, para volver a decir palabrotas”. Es decir, él tuvo la capacidad de darse cuenta de que en un momento de la formación de sus hijas, era más adecuado contener un determinado tipo de lenguaje. Y lo hizo. Cuando yo estoy trabajando con gente, como estábamos hablando, en formación y en comunicación en público, una de las primeras cosas y más importantes es señalar “en tres minutos has dicho diez veces la palabra ‘vale’…” y la gente te dice “¿de verdad? No me había dado cuenta”. Con un poco de suerte, el resto del grupo dice “sí, sí, sí… lo has dicho diecisiete veces”. Este es el primer punto necesario. Ser conscientes de que es mejor para todos no seguir diciendo “Pepe es un obeso”, “María es una menopáusica”, o “el hijo de Antonio es autista” o “es un discapacitado” y pasar a reflexionar y convencerse de que somos capaces de decir “tiene una discapacidad”, “padece obesidad en este momento” o “está atravesando una etapa menopáusica” y no convertir a las personas en su enfermedad.

CARLES MESA: Bravo, bravo, bravo. Esto ha funcionado mucho, la verdad. Dejamos aquí “Todo es lenguaje” pero, Estrella, te invitamos dentro de unos días a “Gente sana”. Gracias, Julio. Gracias, Estrella.

 

SEGUNDA PARTE

En el espacio «Gente sana», 1 de julio de 2018.

CARLES MESA: Y en el espacio de esta semana… ¡Julio Basulto, buenas noches!

JULIO BASULTO: ¡Buenísimas noches!

CARLES MESA: Feliz encuentro, de nuevo, porque nuestra invitada es una… diría yo… vieja conocida no…  porque forma parte del equipo de colaboradores, de la familia de “Gente despierta”. ¡Estrella Montolío, buenas noches!

ESTRELLA MONTOLÍO: ¡Hola! ¡Buenas noches!

CARLES MESA: A ella le gustó el encuentro de hace quince días y ha dicho… pues hoy también. Y aquí está con nosotros. ¡Bienvenida!

JULIO BASULTO: Y a mí también me encantó. Y es un honor.

ESTRELLA MONTOLÍO: Muchas gracias.

CARLES MESA: Todo esto que ves es “Gente sana”. Tomates por las mesas, lechugas en las paredes…

ESTRELLA MONTOLÍO: Los calabacines esos tan hermosos que he visto al entrar…

JULIO BASULTO: Brotes de alfalfa… Todo muy ecológico siempre.

CARLES MESA: Todo esto es “Gente sana”.

JULIO BASULTO: Quiero decir a las despiertas y a los despiertos que sea la primera vez que conocen a Estrella Montolío que escuchen religiosamente su espacio…

CARLES MESA: ¡Claro! Exacto, porque puede haber “marmotas” que escuchen solo tus espacios, los de “Gente sana”…

JULIO BASULTO: Pues comenten un pecado mortal no entrando en el blog de Estrella Montolío, que es una maravilla y además comparte altruistamente un montón de información maravillosa y, por supuesto, en su espacio, “Todo es lenguaje”. Y gracias, Estrella, por estar aquí con nosotros.

ESTRELLA MONTOLÍO: Cualquiera diría que le voy a regalar un puré de berenjena o…

CARLES MESA: Un jamón, un jamón.

JULIO BASULTO: Me ha pagado una comida…

CARLES MESA: Bueno… y sé que últimamente, estos últimos días, habéis estado intercambiando muchos documentos para preparar estos espacios y también sé que uno de ellos, escrito por Irene Gil, se titula “No soy discapacitado, tengo una discapacidad”, de Pablo Pineda. Cuéntanos un poquito este escrito, Estrella.

ESTRELLA MONTOLÍO: Sí, efectivamente, se trata de una entrevista realizada a una persona con discapacidad. Y que de una manera, en mi opinión, brillante, resume la cuestión que queríamos abordar Julio y yo en estos programas. Ha de decirse que muy empujados por la preocupación de Julio. Y es esta identificación a la que nos hemos acostumbrado a la hora de nombrar a las personas que tienen una enfermedad o una discapacidad, nombrando a la persona en identificación con su enfermedad. Cuando decimos, por ejemplo, “María es obesa” o que “Pablo es un discapacitado”. Y, precisamente, hablando Julio y yo, decíamos que esto es una categorización cruel, que hace que la persona quede inmediatamente categorizada, clasificada, definida por su enfermedad, por su disfunción.

JULIO BASULTO: Estigmatizada.

ESTRELLA MONTOLÍO: Estigmatizada. De tal modo que si una persona se define por ser hombre o mujer, alto o bajo, oriental u occidental, rubio o moreno, inteligente o más lento, ingenioso o serio… no, todo eso queda ocultado en el único rasgo que queda prominente, que es su enfermedad, cuando decimos “Pepe es un obeso”. Bien, pues en esta entrevista, esta persona, Pablo, explica cómo quiere ser denominado. Y él, cuando le preguntan cómo quiere que se le llame, responde de una manera muy ingeniosa, diciendo: “En primer lugar, me gusta que me llamen Pablo”. No “subnormal”, obviamente, ni que es un “retrasado” ni que es un “discapacitado”. E indica cuán injusto es colocar la disfunción antes que a la propia persona. En ese sentido, explica una reflexión que a mí me parece brillante. Permitidme ambos que lea literalmente algo que él afirma. Dice: “El otro día, sin ir más lejos, leí en un diario: ‘Diez personas heridas en un incendio, entre ellas tres discapacitados’”. Reduciéndolo al absurdo, sería como leer “Diez personas heridas en un incendio, entre ellas tres calvos”. Nadie en su sano juicio titularía así, porque tenemos interiorizado que la calvicie es solo una condición de la persona, entre otras muchas. Algo que no nos sucede con la discapacidad. Quizá los intentos de normalizarla todavía son muy recientes. Y todavía nos encontramos con muchos tabúes y estigmas que se reflejan en el lenguaje. Cuando vemos que alguien es calvo, sabemos que es una más de sus características. Cuando alguien es obeso es “la característica” inherente que lo define. Y de ahí, por lo tanto, la reflexión que queríamos compartir Julio y yo en estos programas.

CARLES MESA: Estás de acuerdo, claro.

JULIO BASULTO: Estoy de acuerdo. Se me ha ocurrido, mientras ella hablaba, una corrección que me hizo una vez una experta, una médico experta que se llama Pilar Serrano. Le hizo el prólogo a Carlos González, el pediatra que tanto admiro y que mucha gente admira, en su libro “Mi niño no me come”. Yo escribí muchos años después un libro que se llama “Se me hace bola” y me basé sobre todo en las teorías de Carlos González, que eran tan buenas que pensé “voy a escribir un artículo poniendo solo la bibliografía, a lo que él ya intuía”. Es un pequeño comodín a su libro”. Pilar, que es la persona que le hizo el prólogo, me corrigió porque yo hablaba de “países pobres” o “países del Tercer Mundo”. Y ella me dijo: “No, Julio. Tienes que definirlos como “países empobrecidos”. Qué diferencia hay entre ser un país “pobre” o un país “del Tercer Mundo”,  un “país tercermundista”, fíjate. Igual que entendemos esto, que tenemos que decir “países empobrecidos” porque es la verdad, porque los responsables de su pobreza, en buena medida somos los países occidentales o ciertos gobernantes de los países occidentales, podemos cambiarlo de igual manera que cuando nos dirigimos, en el caso de los sanitarios, a nuestros pacientes, escucharlos con empatía y sin juzgarlos. Y pensar que ante todo son personas, que tienen una condición, una enfermedad, de la cual son víctimas en su mayor parte. En el caso del tabaquismo, por ejemplo, lo tengo clarísimo. Con la gran publicidad que hay, directa o indirecta y encubierta del tabaco, a personas vulnerables como son adolescentes que quieren ser mayores y les hacen creer que “fumar es de mayores” o “beber es de mayores”, además de la capacidad adictiva que tiene el tabaco… Igual que entendemos esto, tenemos que entenderlo en el caso del alcoholismo y en el caso de otras patologías, como la anorexia o la obesidad. Y a algo que comentó el otro día Estrella, que me gustó mucho, remarcar o recalcar que podemos, todos, sanitarios y no sanitarios, cambiar nuestro lenguaje, añadiría algo que no es mío sino de los expertos en Psicología y que puse en uno de mis libros. Las cuatro fases del aprendizaje en la habilidad, que son: primera, incompetencia inconsciente; segunda, incompetencia consciente; tercera, competencia consciente; y por último, competencia inconsciente. Y como aquí la maga del lenguaje es Estrella y yo lo voy a explicar mal, me gustaría que lo hiciera ella. Para recalcar y que todos seamos conscientes de que se puede hacer, pero que no lo podemos hacer de hoy para mañana… eso tiene que tener un cierto proceso, un cierto seguimiento…

CARLES MESA: Adaptación…

JULIO BASULTO: Sí, adaptación. ¿Nos lo explicas?

ESTRELLA MONTOLÍO: Yo creo que lo importante es subrayar, en primer lugar, lo relevante que resulta que las palabras se elijan de una manera reflexiva para que causen el mayor impacto positivo en nuestros destinatarios, y no al contrario. Es decir, partir de la tesis de que el lenguaje no es inmune a la salud psíquica, emocional y física, tanto de las personas que producimos el lenguaje como de las personas que reciben nuestro lenguaje. E insisto siempre en poner ejemplos de nuestra vida cotidiana. Todos nosotros conocemos a gente que, por ejemplo, se queja todo el puñetero día. Y todos sabemos que pasar ocho horas en la oficina al lado de una persona que solo se queja, acaba siendo tóxico. Su lenguaje, su manera de comunicar, acaba cayendo sobre nosotros. Por lo tanto, lo que estamos reivindicando, y poniendo de manifiesto aquí, es cómo es de importante pasar a una nueva etapa, en relación con el lenguaje, que ya no sea de inconsciencia, sino que sea de consciencia. Yo le decía antes a Julio que hasta ahora muchos de los procesos biológicos, hasta hace muy pocos años, nos parecían más o menos casi automáticos como, por ejemplo, respirar. Yo diría que hasta hace veinte o veinticinco años nadie se planteaba que la manera de respirar era algo digno de tenerse en cuenta. Sin embargo, ahora, todos sabemos que antes de la preparación para el parto, en una clase de pilates, en una clase de yoga, en una clase de canto, en una clase de voz, es muy importante tomar conciencia de las maneras de respirar. Luego, respirar ha pasado de ser una operación estrictamente automática y biológica, para pasar a ser entre nosotros ya una operación sobre la que ejercemos reflexividad. Comer. ¿Dónde voy yo a decir ahora que comer ha dejado de ser algo que se haga automáticamente? Y ejercemos—y algunos con mucha sabiduría— una reflexividad de maneras convenientes e inconvenientes de comer. Pues lo que tenemos pendiente, en mi opinión, es pasar a esta reflexividad en lo que tiene que ver con el lenguaje. Creo que la mayor parte de nosotros hablamos de manera irreflexiva. Es decir, decimos las palabras tal y como nos vienen a la cabeza, sin haber pensado mínimamente en el filtro, de cómo podría ser la mejor manera de formatear, expresar formalmente un determinado pensamiento, a fin de que resulte lo máximamente terapéutico para el otro, para nosotros mismos o mínimamente tóxico. Entonces, desde este punto de vista, tú aludes, sobre todo, a la responsabilidad del personal sanitario. Yo diría, por supuesto también, del personal docente, de las personas que están al cuidado de otras personas, o de todos nosotros en general…

CARLES MESA: Y yo diría, y añadiría a los medios de comunicación. Porque los titulares llegan a los ciudadanos gracias a los medios de comunicación.

ESTRELLA MONTOLÍO: Exactamente. Pues creo que hemos de pasar de fase. De la incompetencia inconsciente a esta primera fase de tomar consciencia de la necesidad de pensar sobre ello. Eso, al principio, siempre resulta un poco gravoso, un poco cargante, un poco trabajoso… Pues, naturalmente, como ahora cuando nos tomamos el trabajo de no decir que la gente es “subnormal” sino que ahora pensamos que es una persona “con algún tipo de discapacidad psíquica”. Y no decimos que alguien es “un tullido” sino que decimos que la gente tiene una “discapacidad motriz”. Y nos sentaría muy mal que la gente dijera de un familiar nuestro o de un amigo que es “un retrasado mental”. A nadie en su sano juicio se le ocurre decir eso ahora. Y, en cambio, cuando yo era pequeña, era perfectamente normal. Hemos cambiado nuestra conciencia sobre cómo nominar determinadas irregularidades o —no sé cómo llamarlo— imperfecciones, si quieres, de las personas. Pues del mismo modo, podemos tomar conciencia para no identificar a las personas con su enfermedad. Y no seguir diciendo “Pepe es un obeso” o “María es una anoréxica”, sino “padece obesidad” o “tiene una etapa…”. La importancia de la etapa, la importancia de que las personas no tenemos que ser esencia durante toda nuestra vida.

CARLES MESA: Que es circunstancial de un determinado momento.

ESTRELLA MONTOLÍO: Efectivamente. Porque lo que es circunstancial es susceptible de cambio, por definición. Mientras lo que es esencia, no. Por lo tanto, la esencia siempre es muy peligrosa, en mi opinión.

CARLES MESA: Julio, tú compartiste un tuit, un texto, de Francisco José Darias, titulado “No soy diabético, tengo diabetes”. Cuéntanos un poquito.

JULIO BASULTO: Es un poco lo mismo. Los nutricionistas hemos llamado tradicionalmente a las personas que padecen diabetes como “diabéticos”. De igual manera que sucede todavía con los “obesos” o con las “anoréxicas”, que también se hace. Y me parece muy mal cada vez que lo escucho. Porque es una etapa, como tú dices. Porque culpabiliza, estigmatiza. Igual que hay ciencia detrás de la respiración. Hoy nos parece la mar de normal pensar en la respiración. Yo competí hace muchos años en natación. Y la respiración es fundamental. Cada vez que haces una brazada, respiras. Aquí hay ciencia. Esa respiración va a determinar que ganes o que no ganes.

CARLES MESA: Y al principio lo piensas. Y después lo haces de forma automática, que eso es lo que se tiene que conseguir también con el lenguaje.

JULIO BASULTO: Y ese es el objetivo de este programa. Pues quería comentar que a raíz de este artículo, “No soy diabético, tengo diabetes”, me preocupé más sobre el tema y me dediqué a revisar los documentos de postura de la Sociedad Americana de Dietética sobre el tema. Son documentos muy relevantes y el resto de los sanitarios los tomamos como referencia y casi prácticamente los copiamos, porque hace unas revisiones muy extensas. En el año 2016, de forma oficial, la American Diabetes Association dejó de definir a las personas con diabetes como “diabéticos”. Dijeron oficialmente que teníamos que decir todos —y ellos también se autoculpaban— que son personas que “padecen diabetes” y que, a partir de ahora, no lo utilizarían más. 2016, solo hace dos años, cuando la literatura científica es aplastante desde hace mucho tiempo. Se sabe que utilizar este tipo de terminología no es bueno para el paciente, en algunos casos incluso malo, pero no es bueno para el pronóstico del paciente, para el autocuidado del paciente, o para las ganas que pueda tener el paciente de mejorar o de cambiar su patología. Pues hasta 2016 no ha sucedido oficialmente que lo diga una entidad como esta. Sencillamente, nos hace ver que Estrella tiene razón con lo de la respiración. Hoy, a ningún comité olímpico se le pasa por la cabeza la importancia de la respiración y, sin embargo, hasta 2016 se ha seguido utilizando la palabra “diabético”. Y, espérate, porque en España seguimos utilizándola.

ESTRELLA MONTOLÍO: Es interesante. Porque la reflexión sobre un proceso como la respiración o como el comer, ha tomado conciencia de modo explícito, la reflexividad, mucho más que sobre el lenguaje. Para que se impregne en la población en general la necesidad de pensar sobre cuál es el tipo de lenguaje que más nos conviene, individualmente y colectivamente, como grupo familiar o como comunidades en general.

CARLES MESA: Voy a continuar. Leo ahora un fragmento de un artículo que publicaste, Estrella, en “El Periódico de Catalunya” el 27 de octubre del año pasado. Lo titulaste “Necesitamos una comunicación institucional clara” y en él cuentas, y leo en tus palabras: “El discurso institucional no tiene por qué ser sinónimo de claroscuro barroco, de párrafos incomprensibles, de desalentadoras referencias continuas a normativa estomagante, de estilo burocratizante que crea una distancia despectiva entre quien emite y quien lee, como nos han hecho creer siempre. Dicho con otras palabras, mantener con la ciudadanía una comunicación antipática, incomprensible o intencionadamente ambigua, evidencia el ensimismamiento institucional, el distanciamiento de las necesidades ciudadanas o la voluntad de manipulación”. Y claro, los despiertos seguro que se preguntan qué tiene que ver todo esto con el tema de hoy… Pues mucho, porque hace muy poco —lo hemos visto en tu cuenta de Twitter— compartiste el tuit de Sarah Knowles en el que aparece una foto con un prospecto repleto de letra pequeña, difícilmente comprensible, del que Sarah ironiza con estas palabras: “Prospecto de medicamento para pacientes, típicamente accesible. Muy centrado en el paciente que puede incluir cómodamente al paciente en el centro”. Esa es otra manera de discriminar con las palabras, claro…

ESTRELLA MONTOLÍO: Sí, claro. Porque en el mundo de la Sanidad, la comunicación es un elemento fundamental, para garantizar o acelerar la curación de los pacientes. Hace quince días, cuando estaba Julio invitado en “Todo es lenguaje” hablábamos de la importancia fundamental, por ejemplo, de un determinado contacto visual entre médico y paciente para que la percepción de cuidado se diera con mayor proporción. Y ahora tú aludías a ese tuit que hacía referencia a un folleto. Cuántos prospectos hemos leído todos nosotros en los que —si tienes cierta edad y un poco de presbicia ya no puedes leer lo que pone allí— cuando el medicamento, probablemente, está destinado a gente mayor, en cambio no puedes leerlos. Y además, cuando se trata de una definición totalmente solipsista, pensando desde el químico que ha elaborado el medicamento, y sin pensar para nada —que es lo que ironiza el tuit— en el paciente que ha de usar ese prospecto.

JULIO BASULTO: Y quizá muchos años, además.

CARLES MESA: Sí, sí, sí. Lo interesante, por ejemplo, es que en Estados Unidos ahora existe un premio que se llama Clear Communication, el premio a la Comunicación Clara, que además otorga una institución dedicada al lenguaje claro, y siempre hay un premio especial para los prospectos que consiguen ser efectivamente claros. Porque está también bien determinado, y bien demostrado, que los prospectos confusos, ambiguos, llevan a que los pacientes, en ocasiones, dosifiquen mal sus medicamentos. Y esto puede llevar a intoxicaciones graves. Y, por el contrario, hay algunos laboratorios que están intentando trabajar en formatos nuevos de prospecto, que además de dar esta información técnica, ayuden al paciente, e incluso a pacientes que tengan dificultades lectoras por su nivel de lectura, de educación, de comprensión lectora, o por su capacidad visual, dada su edad, por ejemplo, para que entiendan lo que tienen que hacer con el medicamento, más allá de lo que lleva. En este sentido, la comunicación clara en los prospectos y en los empaquetados de los medicamentos es esencial para prevenir confusiones que pueden llegar a ser letales. El personal sanitario, lo enfermeros y las enfermeras, han confundido dos medicamentos que estaban colocados muy cerca y que tienen un paquete prácticamente idéntico, cuando las indicaciones son radicalmente distintas. Y eso ha sido letal.

CARLES MESA: Volvemos un segundo al tema de la obesidad. Porque quiero que nos comentes, Julio, dos tuits. El primero lo pusiste el 4 de mayo de 2014, y en él leemos: “Llamar gorda a una chica incrementa su riesgo de obesidad”. Es algo que comentaste, brevemente, en el “Todo es lenguaje” de hace quince días. Y otro, en el segundo, publicado el 4 de junio del año pasado, escribes: “Burlarse del peso de un adolescente puede generar daños que perdurarán hasta quince años después”. Cuéntanos.

JULIO BASULTO: Sobre todo, este último artículo. El primero yo creo que ya quedó comentado el otro día. Y, de hecho, solamente el titular de ese tuit ya justifica que esté conmigo hoy Estrella, o que yo estuviese hace quince días con ella. El solo hecho de llamar “gorda” a una persona incrementa el riesgo de obesidad. Eso demuestra que el lenguaje tiene un poder importantísimo en tu salud. Claro que, a lo mejor, habrá gente que diga: “a mí me lo han dicho y no me ha pasado nada”. Pero es que no todos tenemos la misma infancia, no todos tenemos la misma sensibilidad, y también depende cómo nos lo hayan dicho. El tono con el que te dicen las cosas es determinante. No es lo mismo que te lo diga alguien por la calle, que no conoces de nada, a que te lo diga tu familia, tus hermanos, tus amigos… o, peor todavía, que te lo diga un sanitario, un médico, un enfermero, un nutricionista… De hecho, yo conozco a varias y varios nutricionistas que tienen como filosofía el insultar al paciente y el despreciarlo para que se anime.

ESTRELLA MONTOLÍO: Para que reaccione.

JULIO BASULTO: Para que reaccione y espabile. Esta teoría que esta gente tiene muy interiorizada y está muy convencida de ello, hay que erradicarla porque es falsa. El segundo estudio observó que no solamente tiene efecto muchos años después, sino que también influye las veces que se lo han dicho. Permíteme un paréntesis, porque es algo que comentaste tú el otro día. Pregunta a cualquier mujer que tenga cuarenta años cuántas veces alguien le ha acosado, algún varón le ha acosado. Es que casi todas las mujeres que yo conozco —y eso incluye a mis dos hermanas, por cierto— han sufrido alguna situación de acoso, en mayor o menor grado. Pues pregunta a una persona con obesidad cuántas veces alguien le ha despreciado. Pues entre todas esas, habrá alguna que haya influido más negativamente en su comportamiento. Pues la cuestión es que dicen esas investigadoras —sobre todo hay una investigadora principal que coordina el estudio, la doctora Tomiyama— que, y leo literalmente lo que comentó en una entrevista: “Simplemente, el hecho de ser etiquetada como ‘demasiado gorda’ tiene un efecto mensurable casi una década después. Casi nos caímos de la silla cuando descubrimos esto”. Y sigo leyendo: “E incluso después de que quitáramos estadísticamente su peso ideal, su raza, blanca o negra, los efectos se mantuvieron”. Porque es diferente la manera de enfocar el lenguaje. Por ejemplo, yo escucho muy a menudo a padres que dicen “gorda” o “gordo” pero con connotación positiva. No sé si es en Argentina, Colombia…

ESTRELLA MONTOLÍO: En Latinoamérica, sí.

JULIO BASULTO: En Latinoamérica. Pues bien, la cuestión es que llamar “gorda” a una chica no solamente tiene efecto años después a su riesgo de obesidad, sino que además le predispone a muchos comportamientos que conducen a la obesidad, que les llevan a comer en exceso y a tomar alimentos insanos. Y además tienen efectos medibles sobre la hormona cortisol, que es la llamada “hormona del estrés”. Y con el aumento de esa hormona tienes más posibilidades de que aumentes de peso. Entonces, el hecho de llamar “gordo”, de llamar “obesa” o “eres un obeso”, como puede ser negativo para la persona, podemos utilizar otro lenguaje: “padeces un exceso de peso”, “tienes un índice de masa corporal excesivo”. Como podemos utilizar otras palabras y otro lenguaje, es momento de que seamos conscientes de ello y, sobre todo, de que pensemos que podemos hacerlo. Y además, tenemos que hacerlo. En parte, porque si los sanitarios no lo hacemos, dejamos la puerta abierta para que lo haga la mal llamada “medicina alternativa”, las pseudoterapias. Esas pseudoterapias que, por ser personas que escuchan más, más predispuestas, que son más empáticas, tienen riesgos. El riesgo de que cuando tienes una enfermedad grave no te estén aplicando un tratamiento serio. Si tú tienes diabetes tipo 1, no te pongas homeopatía, ponte insulina. Porque como te pongas homeopatía te vas al otro barrio. Si tú padeces un cáncer, no hagas reiki o acupuntura, vete al oncólogo. Ese es el riesgo de acudir a las pseudoterapia. Como decía Estrella en el anterior programa, dediquemos un poquito más de esfuerzo a pensar cómo tratamos al paciente. Como tú decías en el anterior programa, escucharle, darle la mano, decir tu nombre…

CARLES MESA: La empatía, vamos.

JULIO BASULTO: Empatía, porque eso tiene efectos sobre su salud, demostrados científicamente.

ESTRELLA MONTOLÍO: Sí, a mí lo que acabas de decir, como lingüista, me parece fascinante. Es decir, que ahora tenemos pruebas que proceden, además, de círculos médicos de Estados Unidos que demuestran que lo que se le dice a alguien impacta en su salud quince años después. Me parece increíble. Es decir, impacta en su salud en dos sentidos, me ha parecido entender. Uno: en que aquello que se dice se convierte en una profecía autocumplida, puesto que le dices a alguien que es una “gorda” se va a considerar una gorda para los restos. Y va un poco a funcionar como tal. Pero, por otro lado, porque en ese mismo momento lo que produce es un aumento del cortisol, es decir, le produce estrés. Y el estrés le lleva a comer peor. Por lo tanto, fíjate en el impacto directo, evidente y mostrado entre lenguaje y salud.

CARLES MESA: Insistimos en eso. Julio, adelante.

JULIO BASULTO: El estudio era de dos mil trescientas chicas, seguidas durante diez años.

ESTRELLA MONTOLÍO: No era ninguna broma.

JULIO BASULTO: Es un estudio americano. Sí, sí, pero siendo de tantas mujeres, es igual que sean americanas o del Congo.

CARLES MESA: La palabra “gorda” tiene una connotación claramente despectiva. Y aprovechamos para comentar, Estrella, dos artículos de “El Periódico de Catalunya”. En el primero, titulado “Reduzcan la comunicación hostil”, dijiste lo siguiente: “Psicólogos, psiquiatras y lingüistas estamos de acuerdo en que la elección de las palabras que utilizamos no es gratuita. Las palabras que seleccionamos, articulamos, escribimos, gritamos o leemos y recibimos no son un mero maquillaje que se pueda poner y quitar sin dejar rastro. Bien al contrario, las palabras que usamos dejan huella en nuestro cerebro, configuran nuestra visión de la realidad y, por tanto, construyen nuestra imagen de quién es el otro”. Y en el segundo, titulado “¿Y si entre todos regeneramos el espacio público virtual?”, indicaste que “las palabras que usamos no son gratuitas. Tienen, por lo contrario, un hondo efecto en las emociones que sentimos y en la calidad de las relaciones que establecemos”. Muy interesante, Estrella.

ESTRELLA MONTOLÍO: Bueno… pero es que Julio acaba de dar la puntilla a lo que yo decía en esos artículos. Porque está mostrando trabajos que reflejan, de manera absolutamente empírica, esta afirmación. Y, de nuevo, volvamos a reivindicar la necesidad de tomar mayor reflexión, de poner un poco más en foco, ya no solo la manera de comer, la manera de respirar, la manera de concentrarnos en nuestros músculos —cosa que ahora que vamos al gimnasio, nos entrenan en “fíjate en el músculo que estás usando”—, sino también en fijarnos en algo quizá más importante para la construcción de nosotros como seres sociales, que es el lenguaje. Y vamos a ver cuáles son sus efectos. Al hablar de hostilidad, estaba pensando en redes sociales, en lo que se concentraba el artículo, pero indudablemente, hace un rato estábamos aludiendo a esas personas que se quejan todo el día. Y sabemos que eso tiene un impacto en nuestro estado de ánimo, si tenemos que soportarlo, estar al lado de alguien que se queja y solo se queja. Gente que grita y no sabe hablar normal. Hace un rato, cuando Julio y yo estábamos preparando el programa, él me comentaba, y yo le daba la razón, que una frase dicha sin reflexividad, como un hombre que llega a su casa y le comenta a su compañera algo así como “ha llegado una chica nueva a la oficina y no te puedes imaginar lo buenísima que está esa tía”.

JULIO BASULTO: Tres segundos ha tardado en decirlo.

ESTRELLA MONTOLÍO: Sí, y no es decir “borra lo que te acabo de decir”.

JULIO BASULTO: No se puede borrar.

ESTRELLA MONTOLÍO: No se puede borrar aquello que está dicho. Lo que está dicho, está dicho y está oído. Al contrario, tú no puedes decir “oye, olvida eso que te he dicho: que hay una tía que está muy buena” porque lo que hago es reforzar de nuevo ese mensaje. Por lo tanto, esta idea que heredamos de la tradición de “piénsalo bien antes de hablar”, creo que en la medida en que tenemos responsabilidades, por ejemplo, en un grupo familiar, porque somos padres o porque somos hijos; o en la medida en que tenemos que coordinar un grupo humano, tenemos que pensar en cómo decir las cosas, para tener un impacto más beneficioso y no al contrario.

CARLES MESA: Julio, conclusión.

JULIO BASULTO: Me has escuchado hablar de un acrónimo que es S.A.L.T.A.R.: Sedentario, Alcoholismo, Lactancia artificial, Tabaquismo, Alimentación insana, Relaciones dañinas.

CARLES MESA: Todo evitable.

JULIO BASULTO: En la R me ayudó Mónica Albelda, y es la más importante. ¿Por qué? Porque si tú tienes unas relaciones sociales dañinas, es muy difícil que tú dejes de ser sedentario, que tú dejes de de beber alcohol, es muy difícil que des el pecho a tus hijos, o que dejes de fumar y que comas bien. Así que, curiosamente, dentro de todos estos factores modificables, el más importante —y eso dice la literatura científica— tiene que ver con el lenguaje, con el ambiente de amor, de cariño y de afecto que tienes a tu alrededor. O al revés, con el ambiente de hostilidad, de violencia o de agresividad. Aunque parezca raro que yo traiga aquí a alguien que no es experta en Medicina, justamente tiene que ver mucho con la salud. Porque el lenguaje tiene que ver con las decisiones que hayamos tomado en nuestra vida.

ESTRELLA MONTOLÍO: Me gusta mucho que digas eso, porque tengo una muy buena amiga, que es una médico excelente, y que muchas veces me pide que la ayude con cuestiones de comunicación escrita, y yo la ayudo con mucho gusto, que cuando me presenta a sus amigos dice: “Os presento a Estrella, que es la terapeuta de las palabras”. Y me encanta. ¡Parezco una india navaja…!

CARLES MESA: ¡Me lo copio! Y la terapeuta de las palabras volverá, pero en su espacio, “Todo es lenguaje”. Muchas gracias.

ESTRELLA MONTOLÍO: Me ha encantado estar aquí.

 

Y hasta aquí la trasncripción. Millones de gracias de nuevo, tanto a Carles Mesa, por la fantástica transcripción, como a Estrella Montolío, por su impagable sabiduría.

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