Tenía 18 años y me creía supermán. Había vencido a la infancia. Entrenaba casi a diario natación y estaba más en forma que nunca. Pero había algo que diferenciaba mi forma física de la de los demás: muchísimos meses mi larga niñez los pasé postrado en cama sin poder respirar por una bronquitis asmática… sin salbutamol (¡viva la ciencia!). Mi musculatura era más débil, lógicamente, que la de quien no ha pasado por tanto sedentarismo. Y en cuanto forcé la máquina caí en un lumbago que me tuvo casi cuatro eternos años dolorido.

Pasé por muchos médicos hasta que, después de una larga lista de pruebas, un hosco traumatólogo me dijo, casi sin mirarme: tienes lumbalgia crónica. ¿Cómo?, pregunté. Que nunca se irá el dolor. Salí llorando de la consulta. Y lloré varias semanas. Quizá por culpa de ese negligente agorero mi dolor duró tanto tiempo. Y quizá porque pude superar ese dolor me volví un escéptico.

Pero mi escepticismo se moldeó, sobre todo, gracias a los charlatanes por los que pasé, desesperado, para curar ese maldito lumbago. Al contrario de lo que sucedió con el traumatólogo, todos ellos sonreían y eran el colmo de la amabilidad. Y juraron y garantizaron que me curaría con sus agujas de acupuntura, con sus plantas medicinales, con sus masajes en mis pies, con energías invisibles que supuestamente salían de sus manos, con ventosas que eliminaban los miasmas que habitaban mi cuerpo… Nada de ello sirvió más que para galvanizar en mi mente el refrán “A mucha cortesía, mayor cuidado”.

Con horas y horas de fisioterapia, de natación, de caminar y de fortalecer mi zona lumbar, el dolor fue desapareciendo. No lo echo de menos, ni agradezco su aparición, pero debo reconocer que forjó mi carácter. Hoy sé que mi cuerpo es vulnerable y que tiene sentido cuidarlo. Y sé que mi mente también es susceptible de ser dañada, por lo que vale la pena protegerla de tanto desalmado que nos rodea. Perdí, pero gané.

Y por eso me gusta tanto esa frase que incluyó el gran José Saramago en su (genial) libro “La caverna”: «En contra de lo que se suele decir, dos debilidades no hacen una debilidad mayor, hacen una nueva fuerza».

Un abrazo y gracias por leerme.
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