“Piso económico con vistas a la montaña, amplio, completamente equipado, recién reformado y con ascensor, parking, piscina y paneles solares. Últimos dos pisos en venta (en 5 días se cierra esta oferta)”.

 

¿Nos lo compramos, cariño? Hombre, amor, quizá antes deberíamos mirarlo de cerca. ¿Para qué?, si está clarísimo, es un chollo en toda regla. Ya, pero quizá convendría que nos lo pensáramos un poco más. Pues yo creo que no hay nada que pensar, ¿acaso no has visto las fotos? Sí, las he visto…mmm…tienes razón, comprémoslo.

 

Espero que no existan muchos incautos que caigan en trampas como esta, para luego descubrir, consternados, que la zona huele a cloaca cosa fina, que el balcón ofrece el ruidoso regalo de una autovía de cuatro carriles (situada al pie de esa montaña de la que presume el anuncio), que el edificio está situado en un barrio en el que los robos son la orden del día o que el piso está orientado de tal manera que si quieres ver el sol tendrás que pintarlo en la pared.

 

Lo que sí sé es que hay millones de inocentes consumidores que comprarán los “Torinis integrales con chía y sésamo” que tienen en la foto que aparece más abajo. Lo harán pensando en que tienen en sus manos un amuleto sanador, cuando acaban de sucumbir a una de las finas trampas que cada vez más a menudo nos tiende la industria alimentaria.

 

Y es que esta trampa en concreto es de guante blanco, dado que se nos promete que con estos palitos nos estamos metiendo entre pecho y espalda esta retahíla de cosas saludabilísimas: omega-3, otros ácidos grasos insaturados (que, en sustitución de los saturados “contribuyen a mantener los niveles normales de colesterol sanguíneo”, según leemos en la etiqueta –ejem-), fibra dietética, calcio, magnesio, fósforo y antioxidantes. ¡Hurra! Ah, esperen, que también entrará en nuestro organismo nada menos que chía (que es un auténtico talismán, sugiere el vendedor), sésamo (que tiene un gran aporte de algo que seguro que es muy bueno) y, cómo no, aceite de oliva virgen. Que ser virgen siempre es una virtud.

 

El problemilla es que la legislación obliga a todo fabricante de alimentos que acompañe su producto de una declaración de salud a incluir un recuadro con la información nutricional del alimento. Digo que es un problemilla porque al existir dicho recuadro podemos descubrir cuánta sal aporta este producto: 2,6 gramos de sal por cada 100 gramos. ¡Horror!

 

Para entender que es una barbaridad de sal es preciso saber que nuestro Ministerio de Sanidad considera que un alimento tiene “Mucha sal” si aporta 1,25 gramos de sal (o más) por cada 100 gramos. A renglón seguido añade que el elevado consumo de sal (que es la norma en la inmensa mayoría de españoles) incrementa el riesgo de padecer:

 

  • Hipertensión arterial, una condición que causa crisis hipertensivas (que provocan hasta un 5 % de las muertes por enfermedades cardiovasculares) y que “eleva mucho el riesgo de padecer otros trastornos mucho más graves”, tales como ictus o infartos, “dos de los motivos más frecuentes de muerte y de discapacidad en nuestra sociedad”.
  • Mal funcionamiento de los riñones y cálculos renales.
  • Osteoporosis. (mayor predisposición a fracturas óseas, sobre todo en personas de edad más avanzada).
  • Retención de líquidos que empeora el funcionamiento de riñones, corazón e hígado y que puede generar edemas e hinchazón de piernas y tobillos.
  • Cáncer de estómago.
  • Empeoramiento de los síntomas del asma.
  • Sobrepeso y la obesidad “puesto que la toma de sal aumenta la sed, y ésta trata de ser saciada con bebidas azucaradas y energéticas, tales como refrescos”.

 

En fin, que los palitos de marras son un auténtico chollo, tanto como ese flamante piso que he mencionado al principio. Espero que comprendan ahora la magnitud de la «tragedia de los perfiles nutricionales» de la que se hizo eco el pasado 3 de mayo el abogado Francisco José Ojuelos:

 

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