Vivimos en un entorno que la Organización Mundial de la Salud denomina “obesogénico”, es decir, favorecedor de la obesidad. De entre los diversos factores implicados están los diseños urbanísticos (transporte, carril bici, rutas para pasear o parques), los arquitectónicos (ascensores, escaleras, controles remotos, etc.) y también la legislación (publicidad de los alimentos superfluos, seguridad alimentaria). Son aspectos que pueden prevenir la obesidad o, por el contrario, promoverla, y cuyo control no reside en el individuo, sino en las administraciones. Pero incluso dentro de los aspectos que dependen del individuo (Ej.: el tipo o cantidad de comida que este selecciona) podemos hacer muchos matices. Uno de ellos es el que relaciona el dolor con la obesidad.
Dolor y obesidad.
Los que nos dedicamos a la dietética y nutrición humana siempre repetimos que la obesidad es multifactorial y que es erróneo e injusto atribuir la responsabilidad de la dolencia al individuo, como no insinuamos a alguien con sordera que su enfermedad es culpa de que no se esfuerza en escuchar. Un estudio publicado por las doctoras Elizabeth Amy Janke y Andrea T. Kozak en la revista Obesity (Silver Spring), y titulado “Cuanto más dolor tengo, más quiero comer» aportó más datos para descargar de responsabilidad a quien sufre exceso de peso: el vínculo entre dolor y obesidad.
Las investigadoras, pertenecientes al Departamento de Comportamiento y Ciencias Sociales de la Universidad de Philadelphia, partieron de la siguiente premisa: el dolor y la obesidad guardan una estrecha relación. Diversos estudios muestran que las personas con exceso de peso son más propensas a sufrir dolor a diario, algo que se observa en adultos, en personas mayores e incluso en niños. De entre las condiciones que generan dolor y que están asociadas con la obesidad destacan:
- El síndrome del túnel carpiano.
- Desórdenes del tejido conectivo (Ej. artritis reumatoide).
- Desórdenes gastrointestinales.
- Determinados tipos de neuropatías.
- Diversos tipos de osteoartritis (Ej.: de rodillas, de caderas, de manos).
- Fascitis plantar.
- Tendinitis del manguito de los rotadores.
¿Qué apareció antes, el huevo o la gallina?
La pregunta es ¿y si el dolor que sufren hace más proclives a dichas personas a ganar peso? Pues bien, el análisis de las Dras. Janke y Kozak reveló que el dolor físico:
- Se relaciona con la depresión, que suele generar peores hábitos dietéticos y que magnifica, a su vez, el dolor y la sensación de poco autocontrol.
- Puede desencadenar tanto el hambre hedónica (comer por placer y no para satisfacer una necesidad biológica) como el hambre emocional (el tipo de hambre que nos asalta cuando estamos, por ejemplo, ansiosos o bajos de ánimo).
- Está relacionado con el llamado “trastorno por atracón”. Es uno de los trastornos de la conducta alimentaria más frecuentes, consistente en ingerir alimentos de forma descontrolada, sin contrarrestarlo mediante el vómito u otras conductas restrictivas.
- Dificulta la actividad física (importantísima para prevenir y tratar la obesidad). El movimiento puede empeorar el dolor de base, que a su vez (como hemos visto) dificultará que la alimentación sea saludable.
Es decir, no se puede culpar a alguien que sufre dolor de su exceso de peso, ni a alguien con obesidad de padecer dolor. Lo cierto es que estamos ante una situación en la que los obstáculos parecen confabular en contra. El dolor puede favorecer comportamientos que promueven el aumento de peso, la mala salud y un peor estado de ánimo, pero también supone una barrera para perder el exceso de peso acumulado. Numerosas investigaciones muestran que el éxito de un tratamiento para perder peso es menor en los pacientes con dolor crónico.
Buenas noticias
Sin embargo, no todo son malas noticias. El doctor Robert Bonakdar, presidente de la Academia Americana del Tratamiento del Dolor propuso en la revista Journal of Family Practice cómo romper este círculo vicioso: mostró que pérdidas “modestas” de peso se asocian a una mejor calidad de vida, a un menor riesgo de depresión y, más importante, a una disminución del dolor. Bonakdar cita estudios que señalan que una pérdida del 11% del peso corporal se traduce a una disminución del 50% del dolor. Incluso menores pérdidas de peso, del orden del 5% se traducen en mejoras notables que suponen una reducción del dolor de un 30%. Es decir, no hace falta seguir un régimen riguroso de adelgazamiento para obtener beneficios.
Es más, Bonakdar apuntó, basándose en diversos estudios, lo siguiente: aunque es cierto que los pacientes con dolor y obesidad sentirán ciertas molestias a medida que comiencen un programa de ejercicios, a largo plazo el dolor no representará un problema. El ejercicio moderado incluso hará que disminuya el dolor en el futuro.
En suma, conviene que las personas con exceso de peso intenten perderlo, de forma moderada (y sin dietas “milagro” ni “ayudas alternativas”). Vale la pena acudir a un médico especialista en dolor antes de someterse a un tratamiento encaminado a disminuir el peso, pero la clave del éxito radica en combinar unos buenos hábitos de vida con una alimentación saludable (idealmente evaluada por un dietista-nutricionista), sin olvidarse de aumentar paulatinamente la actividad física diaria ni de solicitar un apoyo psicológico en caso necesario.