En abril de 2014, cuando todavía colaboraba con el blog “Comer o no comer”, escribí uno de los textos que más enemistades me ha gestado. Lo titulé “Placentofagia (comerse la placenta): no lo haga”.

Pues bien, gracias a un tuit de Círculo Escéptico (no dejen de asociarse, por cierto) he sabido que el pasado viernes (30 de junio de 2017) los Centers for Disease Control (CDC) han hablado del tema. Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (leo de la Wikipedia) son «una agencia del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos cuya responsabilidad a nivel nacional radica en el desarrollo y la aplicación de la prevención y control de enfermedades, salud ambiental y la realización de actividades de educación y promoción de la salud».

El texto original de los CDC lo pueden encontrar aquí. En él leemos que en septiembre de 2016 la Autoridad de Salud de Oregón fue notificada del caso de un bebé con una bacteremia por Streptococcus agalactiae del grupo B (Estreptococo del Grupo B, conocido como EGB). El EGB es una bacteria que en ocasiones puede ocasionar infecciones muy graves tanto en niños como en adultos.

Pese a que el bebé nació sin problemas y la mamá estaba sana, poco después del nacimiento el niño empezó a mostrar dificultades respiratorias y fue trasladado a la unidad de cuidados intensivos neonatales. Tras 11 días de ampicilina (un antibiótico), el bebé no mejoró, así que tuvo que ser trasladado al servicio de urgencias y fue internado en un segundo hospital, donde no quedó más remedio que prescribirle una dosis mayor de ampicilina, sumada con gentamicina (otro antibiótico).

¿El origen de la infección? Pues resulta que tres días después del nacimiento del bebé, la madre había recibido la placenta deshidratada y encapsulada y comenzó a ingerir dos cápsulas tres veces al día. Como estaba dándole el pecho (algo altamente recomendable, dicho sea de paso) le transmitió la infección al bebé a través de la leche materna.  Cuando los médicos lo supieron le indicaron a la madre algo así como “no lo haga”. Porque el diagnóstico final fue la enfermedad de EGB de inicio tardío atribuible a la alta colonización materna secundaria al consumo de tejido placentario infectado con dicha bacteria.

En el texto de los CDC, además de advertirnos de que no tenemos pruebas que sustenten los supuestos beneficios de comerse la placenta, se indica que “el proceso de encapsulación de la placenta no erradica per se patógenos infecciosos”. De ahí que aconsejen que (cito textualmente) “la ingestión de cápsulas de placenta debe ser evitada”.

Nada que añadir a lo ya dicho en mi escrito “Placentofagia (comerse la placenta): no lo haga”.

 

P.D. 23 de agosto de 2017. Hoy he sabido, gracias al nutricionista (y amigo) Juan Revenga, que el 8 de agosto la revista JAMA publicó una reseña de este tema, llegando a las mismas conclusiones que las aquí descritas:

 

 

Bibliografía:

Buser GL, Mató S, Zhang AY, Metcalf BJ, Beall B, Thomas AR. Notes from the Field: Late-Onset Infant Group B Streptococcus Infection Associated with Maternal Consumption of Capsules Containing Dehydrated Placenta — Oregon, 2016. MMWR Morb Mortal Wkly Rep 2017;66:677–678. DOI: http://dx.doi.org/10.15585/mmwr.mm6625a4.

[No authors listed] Newborn Infection Linked With Placenta Consumption. JAMA. 2017 Aug 8;318(6):511. doi: 10.1001/jama.2017.9720. En línea: http://jamanetwork.com/journals/jama/article-abstract/2647879

 

 

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