Julio Basulto (@JulioBasulto_DN), Juanjo Cáceres (@juanjocaceresn) y Francisco J. Ojuelos (@CriticaProcesal).

Si el 96% del alumnado aprueban podemos felicitar a alumnos y profesor. Si el 96% suspende, la culpa es del profesor. ¿Qué tiene que ver la frase con el azúcar? Mucho, como comprobarán en unas líneas.

Para empezar, diremos que ninguno de los tres firmantes de este breve artículo desconocemos los riesgos del actual elevadísimo consumo de azúcar poblacional (¡111,2 gramos al día!). Pueden comprobarlo, por ejemplo, leyendo una reciente entrevista a Juanjo Cáceres y Julio Basulto (“Un 76% del azúcar que consumimos está escondido”) o revisando un necesario artículo que contó con la participación del abogado Francisco José Ojuelos, titulado “Azúcares en alimentos infantiles. La normativa española y europea, ¿a quién protege?”.

Lo decimos porque, pese a que estamos al caso del azucarado mundo que nos rodea, debemos confesar que nos hemos quedado de piedra al leer los resultados de un estudio publicado este mismo año en la revista científica Nutrients, y firmado por autores (sin conflictos de interés) de Ulster University e Imperial College London (“An Online Survey on Consumer Knowledge and Understanding of Added Sugars”). Se trata de una encuesta realizada por la doctora Mary Tierney y sus colaboradores a una muestra de 445 sujetos de Irlanda del Norte, con el objetivo de “explorar la capacidad de los consumidores para identificar los azúcares añadidos en las etiquetas de los alimentos y para investigar la conciencia de los consumidores de las directrices de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en relación con la ingesta de azúcar”.

Las dos conclusiones principales de Tierney  y su equipo son que el 65% de los participantes no era consciente de las guías de la Organización Mundial de la Salud sobre ingesta de azúcar y (redoble de tambores) que tan solo el 4% de los encuestados supo identificar los azúcares añadidos de una serie de alimentos. ¡El 4%! ¿Entienden ahora la frase con la que comenzábamos este texto? (Si el 96% del alumnado aprueban podemos felicitar a alumnos y profesor. Si el 96% suspende, la culpa es del profesor).

Cuando hemos visto que tanta, tantísima gente no reconoce cuándo un alimento lleva azúcares (¡el 96%!, buf) hemos decidido parar, respirar hondo, y: 1) cuestionarnos si nosotros mismos seríamos capaces de reconocerlos; 2) revisar el estudio para plantearnos si sus resultados pueden ser extrapolados a nuestro medio (España); 3) plantearnos si la legislación actual guarda relación con estos resultados, y 4) cuestionarnos por qué sucede esto y cómo remediarlo. Vamos allá.

  • ¿Seríamos nosotros, los firmantes, capaces de reconocer los “azúcares añadidos”?

Pues hemos mirado de cerca el estudio…y sí, creemos que responderíamos bien, así que afortunadamente estaríamos en ese 4%. No es que nos alegre, la verdad, porque significa que conceptos que nosotros pensamos que ya son conocidos por buena parte de la población en realidad no llegan. Así, por ejemplo, si de entre los ingredientes de un producto leemos “miel” o “zumo de fruta”, entendemos que son azúcares añadidos, y no “azúcares naturalmente presentes”, como respondió el 89% y el 69% de los encuestados, respectivamente. Otro ejemplo: la mitad de los participantes no clasificó como azúcares añadidos el azúcar invertido o la isoglucosa. En el estudio leemos que “solo el 4% de los encuestados clasificó correctamente 10 o más ingredientes, mientras que casi la mitad sólo pudo identificar correctamente tres ingredientes o menos”. Desolador.

Editamos: Carlos Mdelat nos sugiere desde Facebook que pongamos un listado de «máscaras» con las que podemos encontrar ocultos a los azúcares añadidos, así que detallamos una tabla que encontrarán en el libro «Más vegetales, menos animales» (adaptada de http://www.hsph.harvard.edu/nutritionsource/carbohydrates/added-sugar-in-the-diet/).

Azúcar crudo Jarabe de maíz alto en (o rico en) fructuosa
Azúcar invertido Jarabe de malta
Azúcar moreno Maltodextrina
Caña de azúcar Miel
Concentrados de zumos de frutas Jugo de caña evaporado
Cristales de caña de azúcar Maltosa
Dextrosa Melaza (o melazas)
Fructosa o fructosa cristalina Jarabe (o néctar o sirope) de agave
Glucosa Jarabe (o néctar o sirope) de arce
Jarabe de maíz Sacarosa
  • ¿Los resultados pueden ser extrapolados a nuestro medio (España)?

Pues creemos que sí, la verdad. Entre otros motivos porque una alta proporción de los participantes tenía estudios superiores. Así, si ni siquiera población con un elevado nivel de formación logra entender el contenido de azúcares añadidos en alimentos leyendo las etiquetas, ¿qué no sucederá al hacer una encuesta similar a una muestra verdaderamente representativa de la población, sea de Irlanda del Norte o sea de España?

  • La legislación actual ¿guarda relación con estos resultados?

A la luz del estudio podemos concluir que realmente no sabemos, en lo relativo al azúcar, lo que compramos. Pretender hacer encajar el concepto consumidor medio, razonablemente bien informado, observador y prudente en lo anterior produce el mismo resultado que intentar mezclar agua y aceite: al respecto del azúcar, o no existe consumidor medio (¡un 4%!) o bien somos víctimas, en general, de un engaño masivo. Y si parece engañoso, parece ilegal.

Nos preguntábamos hace poco en este mismo blog “¿Quién mueve los hilos de la política alimentaria en España?” e incluíamos estas reflexiones del doctor Miguel Ángel Royo-Bordonada: “Parece que en España y en el Reino Unido, la industria alimentaria continúa gobernando las políticas de alimentación y de obesidad entre bastidores”. No es algo que parezca chocar con las reflexiones de los investigadores del estudio que estamos comentando, dado que explican que “Sin el requisito de incluir los azúcares añadidos en las etiquetas, los consumidores dependen de la lista de ingredientes y este estudio ha demostrado que la mayoría no puede identificar tales azúcares correctamente”.

También citan el llamado “etiquetado en semáforo”, que creemos que debería implementarse lo antes posible, por más que la industria alimentaria haya gastado 1,4 mil millones de dólares para que no vea la luz, como pueden comprobar en el texto “Etiquetado nutricional: ¿cómo es mejor, con o sin “semáforos”?”. En su estudio, la doctora Mary Tierney y sus colaboradores detallan, por cierto, que “la mayoría de los encuestados

[81%] valoraron favorablemente el etiquetado en semáforo para alertar a los consumidores sobre el contenido en azúcares libres de los alimentos”. ¿A qué esperamos?

Sea como sea, y de nuevo en palabras de los investigadores, “Los gobiernos, los responsables de la formulación de políticas y los organismos de salud pública deben examinar cómo pueden apoyar más eficazmente a los consumidores para reducir su ingesta de azúcar”.

  • ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo remediarlo?

Sin duda, por una falta de educación de la población. O, quizá, por demasiada educación…en contra. Es decir, por demasiados mensajes contradictorios o, sobre todo, interesados, que generan una gran confusión en los consumidores, como se amplía en el libro “Consumo inteligente”. Tomen nota del siguiente dato, para comprender la magnitud de la tragedia: la campaña “5 al día” de Estados Unidos invierte anualmente entre 3 y 5 millones de dólares al año en campañas para conseguir que la población tome un mínimo (¡no un máximo!) de cinco raciones diarias de frutas y hortalizas. Pues bien, también invierte 5 millones la industria del “fast food” de dicho país en promover sus “alimentos” (entre comillas) a niños y adolescentes. Pero no invierte esa cifra al año, sino cada día. Tienen más información en el texto “Frutas y hortalizas contra alimentos superfluos. Apueste al ganador: la comida “malsana”.

Porque, en efecto, si las etiquetas son un jeroglífico para los usuarios, quizá quien las redacta deba plantearse en serio si informa o más bien desinforma.

Y conviene plantearse algo aun más preocupante: ¿por qué estamos poniendo exclusivamente en manos de los consumidores la responsabilidad de protegerse frente a los productos insanos, en lugar de adoptar medidas drásticas para frenar la proliferación de ingredientes perjudiciales en los alimentos, como los azúcares añadidos? Al fin y al cabo, velar por la protección de la salud de la ciudadanía es una obligación de nuestros gobiernos y cuando todo lo que se les ocurre es poner a nuestra disposición unas etiquetas que, como hemos visto, no se interpretan correctamente (podríamos añadir que solo una minoría se interesa por las mismas), cabe concluir que tal vez estén haciendo dejación de sus responsabilidades.

Afortunadamente estamos a tiempo de rectificar.

Que así sea. Pero pronto.

 

Fuente: Tierney M, Gallagher AM, Giotis ES, Pentieva K. An Online Survey on Consumer Knowledge and Understanding of Added Sugars. Nutrients. 2017 Jan 5;9(1). pii: E37. En línea: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC5295081/

 

P.D. (30 de junio de 2017). Hemos hablado sobre ello con Carles Mesa en la sección «Gente Sana» del programa «Gente Despierta» (Radio Nacional de España). Podcast en RNE https://goo.gl/BKRxVP, en iVoox https://goo.gl/fXtdVP.

P.D.2 (29 de abril de 2021). He ampliado esta cuestión en el texto «‘Azúcares libres’, mejor que ‘azúcares añadidos’«.

 

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