Hay varios motivos que nos han impulsado a Juanjo Cáceres y a mí (con la colaboración del pediatra Carlos González) a escribir “Dieta y cáncer”. En el subtítulo encontramos dos de ellos: “Qué puede y qué no puede hacer tu alimentación”. Y es que si bien la alimentación es importante para disminuir el riesgo de padecer cáncer o para paliar los posibles efectos adversos de la enfermedad o de su tratamiento (de ahí el “qué puede”), hay bastantes desalmados pretendiendo hacernos creer que la dieta puede curar el cáncer (y de ahí el “qué no puede”). De hecho, corre por las librerías un descabellado bestseller titulado “Mis recetas anticáncer” en el que, entre otras barbaridades, su autora afirma que beber leche materna le ayudó a curar su cáncer (obviando, claro está, que siguió a rajatabla los modernos tratamientos oncológicos), por lo que invita a los pacientes con cáncer a repetir su “hazaña”. Por eso el pediatra Carlos González, experto en lactancia materna, afirma lo siguiente: “No, no se va a curar el cáncer tomando leche materna” y “No hay ninguna prueba de que tomar leche materna mejore el bienestar o alivie algunos síntomas de los enfermos de cáncer” (capítulo “¿Leche materna contra el cáncer?”).

Pero hay otro motivo más: intentar convencer a la población de que “no es más limpio el que más limpia sino el que menos ensucia”. Que, en el caso que nos ocupa, significa que es más importante alejarnos de los malos hábitos que esforzarnos en añadir plantas medicinales, “superalimentos”, “recetas anticáncer” o dietas milagrosas. Es justamente lo que intenta transmitir este fragmento del libro:

“Al mirar de cerca el informe del WCRF [Fondo Mundial para la Investigación del Cáncer], no hemos podido evitar que nos llamase poderosamente la atención que hay más rojos que verdes. ¿Qué significan para el WCRF tales colores? El verde fuerte es el color utilizado por dicha entidad para señalar los factores de riesgo modificables (podemos actuar sobre ellos, a diferencia de lo que ocurre con los no modificables [como la edad]) que han demostrado de forma convincente prevenir algunos tipos de cáncer, mientras que el rojo apunta a los que incrementarían, también de forma convincente, ciertos cánceres. En toda una gran matriz que relaciona diferentes ítems (café, frutas, peso, lactancia, etc.) con cánceres muy frecuentes (pulmón, colon, mama, etc.), el color verde fuerte solo aparece dos veces. Aquí las tienes:

– Caminar disminuye el riesgo de excesivo incremento de peso en la edad adulta, de sobrepeso y de obesidad. Condiciones que, a su vez, aumentan de forma convincente el riesgo de padecer adenocarcinoma de esófago y de sufrir cáncer de colon, endometrio, hígado, mama, ovario, páncreas, recto y riñón.

– La actividad física (sea moderada o vigorosa) previene de forma convincente el riesgo de cáncer de colon.

¿Cuántos rojos habrá? Veintidós veces, de las cuales dieciocho son modificables. Citaremos en breve las cuatro que nos quedan hasta veintiuno, pero ahora queremos destacar la enorme diferencia que suponen dieciocho factores de riesgo modificables que incrementan claramente el riesgo de ciertos tipos cáncer (sin contar el tabaco), frente a solo dos factores que lo reducen de forma convincente. Eso solo puede significar una cosa: que para prevenir el cáncer vale más la pena fijarnos en lo que no hacemos correctamente que obsesionarnos en buscar talismanes. Cuando no tienes defectos que pulir, el resto solo pueden ser virtudes.

Es curioso que nos sintamos tan atraídos hacia las soluciones rápidas, hacia las promesas de eficacia sin esfuerzo. Quizá nos agarramos a ellas para seguir con nuestros hábitos. Siempre será más fácil creer que el ajo es un “curalotodo” que ponernos a hacer ejercicio. Cambiar nuestros hábitos, como cambiar de trabajo, cambiar de casa o cambiar de pareja, siempre es difícil. Pero a veces resulta imprescindible.

Veamos ahora las dieciocho de las veintidós veces que aparece el color rojo en el informe del WCRF. Tras la enumeración explicaremos por qué nos hemos “saltado” las cuatro veces que faltan hasta veintidós. En todos los casos, las pruebas científicas que apuntan al aumento del riesgo son “convincentes”, es decir, las investigaciones de base son de alta calidad.

– Las aflatoxinas aumentan el riesgo de cáncer de hígado.

– La presencia de arsénico en el agua aumenta el riesgo de cáncer de pulmón.

– Los suplementos con altas dosis de betacarotenos aumentan el riesgo de cáncer de pulmón en fumadores.

– Las carnes procesadas aumentan el riesgo de cáncer colorrectal.

Las bebidas alcohólicas aumentan el riesgo de càncer:

– de boca, faringe y laringe.

– de esófago de células escamosas.

– de hígado.

– colorrectal.

– de mama en mujeres en la postmenopausia.

El exceso de grasa corporal en la edad adulta aumenta el riesgo de:

– Adenocarcinoma de esófago.

– Cáncer de páncreas.

– Cáncer de hígado.

– Cáncer colorrectal.

– Cáncer de mama en mujeres en la postmenopausia.

– Cáncer de endometrio.

– Cáncer de riñón.

– El consumo de bebidas azucaradas aumenta el riesgo de obesidad.

– El tiempo ante pantallas aumenta el riesgo de obesidad en niños.

Los cuatro “rojos” que nos hemos saltado están en el ítem “Altura conseguida en la edad adulta”.  El informe del WCRF detalla que una mayor altura en la edad adulta se relaciona con un aumento en el riesgo de padecer cuatro tipos de cáncer: colorrectal, de mama en mujeres en la premenopausia, de mama en mujeres en la postmenopausia, y de ovario. Sin embargo, esta entidad explica que no cree que la altura en sí misma sea la causante del aumento del riesgo. Indica que “es improbable que influya en el riesgo de cáncer” y añade que la altura “es un marcador de factores genéticos, medioambientales, hormonales y nutricionales que afectan al crecimiento durante el período comprendido desde la preconcepción hasta la finalización del crecimiento lineal”. Así, parece más casualidad que causalidad. Pero la razón fundamental por la que no la hemos puesto es porque es un factor no modificable. Como tampoco es modificable la edad, uno de los factores que más influye en el riesgo de desarrollar cáncer […]”.

Y hasta aquí el fragmento. En “Dieta y cáncer” justificamos que en España, afortunadamente, no debemos preocuparnos ni por las aflatoxinas ni por el arsénico en el agua. Pero sí por el resto de factores, claro. Y también justificamos, en el capítulo “Sobrepeso, obesidad y cáncer” que aunque es cierto que el exceso de peso incrementa el riesgo de cáncer, la salud no es cuestión de kilos, sino de hábitos.

Termino este texto citando algo que también indicamos en el libro: tenemos motivos para pensar que las intervenciones dirigidas a disminuir los comportamientos perjudiciales son más útiles que las dirigidas a mejorar los comportamientos beneficiosos. Así, en el consenso de la Asociación Americana del Corazón denominado “Sedentary Behavior and Cardiovascular Morbidity and Mortality” leemos que “Las intervenciones centradas exclusivamente en reducir el comportamiento sedentario parecen ser más efectivas […] que aquellas que incluyen estrategias para aumentar la actividad física y reducir los comportamientos sedentarios”. Por su parte, el metaanálisis de Romain Cadario y Pierre Chandon (Marketing Science (forthcoming)) concluye que ocurre algo similar en el caso de la alimentación: las intervenciones son más efectivas cuando se persigue que la población deje de comer mal que cuando se pretende que siga una dieta sana.

Y es que, como dijo Antoine de Saint-Eixupéry (Libro «El avión»), “Parece que la perfección no se alcanza cuando no hay nada más que añadir, sino cuando no hay nada más que quitar”.

 

 

Para saber más sobre el libro: https://juliobasulto.com/dieta-y-cancer/

 

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