Artículo originalmente publicado en la sección de opinión de El Correo («¿Hacia dónde vamos?») el domingo 2 de junio: (https://www.elcorreo.com/opinion/pesismismo-nutricional-20190602202210-nt.html) . Publicado con autorización.

Conocer la realidad nutricional que nos rodea, para cambiarla.

Los enamorados de las obras de José Saramago jamás olvidamos su frase: “Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay”. En el caso de la nutrición, sin embargo, no hace falta ser pesimista, basta con ser realista. Todo el que haya paseado por Estados Unidos se habrá dado cuenta de que hay muchísimas personas con obesidad. Si ojeamos las cifras oficiales comprobaremos que nuestra subjetiva mirada no iba desencaminada: casi el 90% de los adultos de EE.UU. presenta exceso de peso. Un exceso de peso que supone un factor causal de las enfermedades cardiovasculares. En España la situación no es tan grave (ronda el 60%) pero eso no significa que no sea dramática. Entre otros motivos porque nuestro estilo de vida se americaniza a toda velocidad. Según el último informe del European Heart Network, la primera causa de muerte en Europa son las enfermedades cardiovasculares y la principal causa de tales enfermedades son factores dietéticos modificables.

Las palabras que mejor definen este escenario son “tsunami” y “avalancha”. Aparecen en la edición de abril de 2019 de la revista científica Angiology: “From the obesity tsunami to the diabetes avalanche”. Porque la obesidad aumenta considerablemente el riesgo de sufrir numerosas enfermedades crónicas (algunas tan temibles como el cáncer) y multiplica las posibilidades de padecer diabetes tipo 2, una de las principales causas de mortalidad en el mundo.

De las pinceladas anteriores se desprende una conclusión que en numerosas ocasiones se obvia en ciertos titulares que se congratulan de nuestra cada vez mayor esperanza de vida: no es lo mismo vivir más años que vivirlos bien. Pese a que las enfermedades relacionadas con una mala alimentación pueden acortar nuestra esperanza de vida (si no la acortan es gracias a los avances médicos, de los que hablaremos en breve) ante todo empeoran nuestra calidad de vida. Buena parte de la población adulta vive sus últimos 20 años en un cuerpo achacoso, por lo que estaría bien tener presente esta máxima de Jonathan Swift “Todo hombre desea vivir mucho tiempo, pero ningún hombre quiere ser viejo”.

Es probable, además, que esa esperanza de vida de la que tanto alardeamos haya tocado techo, y precisamente a causa de motivos nutricionales. El doctor David Ludwig (Harvard Medical School), publicó en junio de 2016 el artículo “Lifespan Weighed Down by Diet” (podríamos traducirlo como “Esperanza de vida oprimida por el peso de la dieta”), en el que queda claro que los triunfos que nos han permitido aumentar los años que vivimos (más disponibilidad de alimentos, mejor sanidad y considerables avances médicos) van a hacer aguas en breve. Sobre todo, a causa de la “catástrofe” que generarán las actuales tasas de exceso de peso en la infancia. Porque los avances tecnológicos (esos que regulan, por ejemplo, nuestro colesterol, la tensión arterial o la glucosa sanguínea) no avanzan a la velocidad a la que lo hace la imparable obesidad en la infancia, y no van a poder compensar la situación. Lo que se traducirá en que los niños tendrán, por primera vez en la historia, una esperanza de vida menor a la de sus padres. Cerca de la mitad de los niños españoles presenta exceso de peso, así que es un asunto del que debemos preocuparnos.

¿Qué podemos hacer? Tomar lo más pronto posible el timón de un buen estilo de vida. Las claves principales son evitar el sedentarismo, reducir al máximo el consumo de alcohol (o, mejor, no consumirlo, dado que cualquier dosis aumenta el riesgo de cáncer), pedir ayuda sanitaria para dejar de fumar, acudir a un nutricionista colegiado si padecemos obesidad y alejarnos de los alimentos superfluos. Los datos más recientes apuntan que el 31,7% de nuestras calorías diarias provienen de productos ultraprocesados, que son esos que ocupan la mayor parte de los lineales de los supermercados, así que huir de ellos no es tarea fácil. Dos artículos fácilmente accesibles en Internet abordan esta cuestión: “No lo compres, que te lo comes” y “No comas mejor, deja de comer peor”.

Si tenemos hijos debemos hacer todo lo posible para darles el pecho (es muy aconsejable acudir a un grupo de apoyo a la lactancia), predicar con el ejemplo y mejorar la disponibilidad alimentaria en el hogar. Una revisión sistemática de la literatura científica publicada en abril de 2017 concluyó que “La disponibilidad y el ejemplo de los padres muestran las asociaciones más potentes con el consumo [en niños] tanto de alimentos saludables como insaludables”.

Nada de lo anterior significa que la responsabilidad de las tasas de obesidad o de las enfermedades relacionadas con la nutrición sea nuestra. Los gobiernos deben implementar políticas que fomenten la actividad física, que pongan freno a la publicidad depredadora y que hagan que sea más fácil comer saludablemente que consumir productos insanos. Aborda esta cuestión un muy recomendable libro titulado “El derecho de la nutrición”, del abogado Francisco José Ojuelos.

Es un asunto complicado, sin duda, por lo que conviene tener a mano esta reflexión de Ferdinand Foch: “No me diga que el problema es difícil. Si no fuera difícil, no sería un problema”.

 

Nota: Muy agradecido tanto a Ángel Cordero por su invitación para participar en la sección de opinión de El Correo como a Felip Ariza por la imagen que ilustró mi texto (disponible en su cuenta de Instagram, aquí).

 

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