Todavía tengo pesadillas muchas noches con las materias pendientes de la EGB (Educación General Básica, una etapa del sistema escolar español que, cuando yo era pequeño, comprendía de los 6 a los 14 años). Me despierto sudando, pero aliviado. Aliviado porque dejo en la almohada la pesada carga que suponía para mí hacer frente a un reto imposible: aprobar asignaturas de las que no entendía ni palabra, como expliqué en el texto «Regar macetas sin semillas«.

En el bachillerato (no sé ni cómo fui a parar allí) no me fue mejor. Tardé 6 años en salir de él, cuando duraba 3 años. Cambié de instituto a mitad de camino, a ver si mejoraba, pero no. Solo recuerdo con alegría la clase de lengua, donde una genial profesora (no me acuerdo de su nombre) nos enseñó a amar la literatura.

Finalmente, desde dirección del nuevo instituto me dijeron, así como de extranjis, que me aprobaban el bachillerato si me comprometía a no hacer el COU (Curso de Orientación Universitaria), porque no estaba capacitado para la universidad. Accedí encantado y me quité la losa de los estudios de mi espalda.

Pero años después apareció ante mí la nutrición y pensé «¡Esto me encanta!». Pensé entonces en matricularme en la universidad, pero muchísima gente me dijo que 1) Mi capacidad de entender asignaturas estaba en tela de juicio; 2) Era demasiado mayor para estudiar (tenía 29 años); 3) Tenía una hija pequeña, que no me dejaría tiempo para estudiar; 4) Trabajaba como funcionario en Correos, así que ni en sueños encontraría energía para aprobar una carrera universitaria.

Accedí a la universidad a través de la prueba de acceso para mayores de 25 años. En junio del año anterior al comienzo de las clases, pedí hora con la jefa de estudios y le pregunté cuál era la asignatura más difícil: quería aprovechar el verano para prepararme. Me lo dijo: química (suspendía la inmensa mayoría de alumnos). Pero al conocer mis antecedentes me espetó que iba a perder el tiempo y que iba a molestar tanto a profesores como a alumnos. Que lo dejase estar.

Saqué una matrícula de honor en química, algo rarísimo en dicha asignatura.

¿Sabéis qué diferencia hay entre ese Julio de los suspensos y el de las buenas notas? Para mí, ninguna. Porque las notas no miden la inteligencia, así como la ropa no mide la bondad de quien la lleva puesta.

Estoy pensando que sí hay una diferencia entre esos dos Julios: la palabra motivación. Bueno, en realidad cuatro palabras: ayudar a los demás. Ojalá lo logre.

Un abrazo y gracias por leerme.

 

Nota: he compartido este texto en Instagram (aquí) y Facebook (aquí) y ha aparecido una larguísima lista de impagables comentarios. ¡Gracias a tod@s, de corazón!

 

 

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