Texto publicado originalmente en octubre de 2014 en Espacio Abierto cuando todavía colaboraba con su blog.

Aunque existen muchas definiciones de “alimento funcional”, en general entendemos que es aquel que podría ejercer beneficios sobre nuestra salud no atribuibles a sus nutrientes (agua, energía, proteínas, carbohidratos, grasas,  vitaminas o minerales) sino a otras sustancias. Para mí el paradigma de alimento funcional no es el Actimel (ni en sueños), sino la leche materna, cuyos beneficios para la salud del niño (y no digamos de la madre) van mucho más allá de su composición nutricional. No soy el único que lo piensa, desde luego. Gura y Lönnerdal, por ejemplo, lo documentaron la mar de bien en julio de 2000 (Nutrition) y en agosto de 2014 (Science), respectivamente.

Hace un par de años tuve el placer de publicar junto a las doctoras Patricia Casas-Agustench y Nancy Babio, así como con el doctor Jordi Salas-Salvadó, una investigación sobre alimentos funcionales. Apareció en la edición de marzo-abril de 2012 de la revista Nutrición Hospitalaria, y la pueden consultar en este enlace. Veo ahora, mientras escribo estas líneas, que una revisión sistemática de la literatura sobre el consumo de alimentos funcionales en Europa, y recién publicada por Özen y colaboradores en Nutrición Hospitalaria (marzo de 2014), cita nuestra investigación. ¡Nuestras silentes horas de sudor sirvieron de algo!

El caso es que diseñamos una encuesta en la que, a través de 16 preguntas, intentamos evaluar los conocimientos, el interés, la predisposición y la valoración de los alimentos funcionales por parte de dietistas-nutricionistas y de otros expertos en nutrición humana en dietética españoles. Una de las preguntas fue “¿Cuál es el problema más grande que cree que tienen algunos alimentos funcionales?”, a la que los encuestados podían responder con alguna de estas opciones:

  • Son más caros
  • Creo que no son alimentos naturales
  • A veces no se conocen los posibles beneficios
  • A veces no se conocen los posibles efectos negativos de su consumo
  • Se medicaliza la alimentación
  • Otras razones (publicidad engañosa, uso incorrecto, creer que con su consumo ya se consigue una alimentación equilibrada, u otras razones –especificar-)

La última respuesta era abierta, es decir, los encuestados podían responder por escrito más problemas asociados a los alimentos funcionales. No obtuvimos ninguna respuesta destacable, quizá por lo reciente que es la incursión de estos productos en el mercado, que no nos ha permitido reflexionar en profundidad sobre esta cuestión.

Pues bien, explico todo lo anterior porque una investigación recién publicada por el Dr. Rohan Ameratunga y colaboradores en la revista Critical reviews in food science and nutrition, acaba de reflexionar de lo lindo sobre posibles “peros” de los alimentos funcionales, cada vez más presentes en nuestras vidas. Creo que habríamos añadido algún “item” más a las posibles respuestas que acabo de detallar si hubiéramos leído el artículo de Ameratunga antes de publicar el nuestro (algo imposible, claro, todavía no tenemos la bola de cristal que todo lo sabe). Ameratunga y colaboradores incluyen una tabla en la que recogen los (en sus palabras) “riesgos asociados con los alimentos funcionales”:

  • Riesgos asociados con la frágil definición de “alimento funcional” (que se traduce en inconsistencias en su regulación, algo que puede afectar, sin duda, a los consumidores, por ejemplo, creando confusión)
  • Riesgos asociados a la poca calidad del control de estos alimentos (que puede generar, por ejemplo, efectos tóxicos -¿sabía que los extractos de manzanilla podrían producir abortos? Vean aquí qué opina MedlinePlus-)
  • Riesgo de incrementar el riesgo de cáncer (Ej.: existen indicios que señalan que un exceso de alimentos fortificados con ácido fólico podría incrementar el riesgo de cáncer en personas mayores – Curr Opin Clin Nutr Metab Care. 2009;12(6):555-64-)
  • Riesgo de reacciones adversas a los alimentos (Ej.: alergia).

Fuera de la tabla, sin embargo, incluyen un riesgo nada desdeñable, y al que hice alusión en mi texto “Complementos dietéticos para perder peso: peor que inútiles”. Lean,  lean:

“Los consumidores que creen que los alimentos funcionales pueden compensar la falta de una dieta sana y equilibrada pueden exponerse a un riesgo nutricional. Del mismo modo, el consumo de alimentos funcionales no exime a los consumidores de la responsabilidad de modificar los estilos de vida poco saludables para reducir el riesgo de enfermedades crónicas”.

No puedo estar más de acuerdo. Esta falsa sensación de seguridad que generan esta clase de “talismanes” se traduce en que, probablemente, nos permitiremos ser indulgentes con nuestros malos hábitos. Es algo que resumió estupendamente un tuitero llamado “Sauco” (?@Sauco8) en marzo de 2014, en el siguiente tuit: “Beberte una botella de Larios y fumarte dos paquetes de Ducados al día, pero antes de dormir, un Danacol, que con la salud no se juega”.

Por último, si les interesa el tema no dejen de leer un magnífico texto publicado por la Dra. Lorena Meléndez y colaboradores en “Atención Primaria”, cuyo título habla por sí solo “Los funcionales a examen: ¿alimentos al servicio de la salud o nuevo negocio para la industria alimentaria?”. El apartado “el caso Actimel®” no tiene desperdicio, se lo aseguro.

 

 

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