Artículo originalmente publicado en el blog de “La Sirena” (colaboré hasta 2015) en 2014. He actualizado algunos datos.

 

Entendemos como dieta vegetariana (u “ovolactovegetariana”) aquella que excluye el consumo de cárnicos y derivados y de pescado y derivados. La dieta vegana, por su parte, excluye cualquier producto de origen animal, por lo que en ella no hay presencia de lácteos o huevos. Si bien existen pocas personas que en España sigan una dieta vegetariana (un 1,5% de la población, según la encuesta ENIDE), es muy posible que en unos años observemos un incremento en su número. A los profesionales sanitarios nos suele preocupar más la alimentación de los niños que la de los adultos, entre otros motivos por su mayor vulnerabilidad y porque los factores de riesgo afectarán más tiempo a los menores de edad que a los que ya tenemos “unos añitos”. En el presente texto abordo algunas cuestiones de relacionadas con la dieta vegetariana, particularmente en la infancia.

 

Decisión informada.

Cualquier decisión tiene aspectos a favor y en contra, y la de seguir una dieta vegetariana no es una excepción. No es fácil evaluar tales pros y contras, pero por suerte contamos con una reciente investigación centrada en esta cuestión. La han llevado a cabo este mismo año el Dr. Wies?aw Pilis y sus colaboradores, en la revista polaca Roczniki Pa?stwowego Zak?adu Higieny (Anales del Instituto Nacional de Higiene). Su conclusión coincide con la postura emitida hoy por la gran parte de entidades sanitarias de referencia: “En conjunto, se puede concluir razonablemente que los efectos beneficiosos de una dieta vegetariana superan de manera significativa a los negativos”.

El principal riesgo de la dieta vegetariana es la deficiencia de vitamina B12, particularmente grave cuando se da en niños, como amplío en unas líneas. Hoy sabemos las dietas vegetarianas no suelen cubrir las ingestas recomendadas de esta vitamina, salvo si se consumen cantidades considerables de huevos y lácteos (algo que puede desequilibrar la alimentación), si se toman alimentos enriquecidos con B12 (Ej.: batidos de soja enriquecidos) o si se toman suplementos dietéticos que contengan la vitamina. Una investigación publicada en febrero de 2013 en la revista científica Nutrition Reviews detalló lo siguiente:

 

  • “Aunque en un principio se creía que la deficiencia de B12 era extremadamente rara, excepto entre los vegetarianos estrictos
    [veganos], ahora se sabe que la deficiencia de B12 es relativamente común entre las personas que se adhieren a todos los tipos de dietas vegetarianas, incluyendo las ovolactovegetarianas, además de otros subgrupos de población, como las personas mayores”.

 

Todas las sociedades científicas de nutrición insisten en la importancia de la vitamina B12, pero también lo hacen las asociaciones de vegetarianos, como la “Unión Vegetariana Española”, como pueden comprobar aquí. Si crees, por cierto, que tomar vitamina B12 hace que esta dieta sea “antinatural”, plantéate si es natural estar leyendo este artículo desde un ordenador o un móvil. Te aconsejo, además, que no dejes de leer dos libros que abordan esta cuestión: “Vegetarianos con ciencia”, de Lucía Martínez, y “Más vegetales, menos animales” de Juanjo Cáceres y un servidor.

Un posible beneficio de las dietas vegetarianas es un potencial menor riesgo de mortalidad. Es lo que observó una investigación coordinada por el Dr. Michael J. Orlich, y publicada en julio de 2013 en JAMA internal medicine, que valoró durante dos años las tasas de mortalidad en 73.308 voluntarios. El estudio tuvo en cuenta posibles “factores de confusión”,  un concepto explicado de forma muy didáctica en el texto “¿Qué es una variable de cofusión?”, y redactado por los doctores Jokin de Irala,, Miguel Ángel Martínez y Francisco Guillén. La investigación del Dr. Orlich tuvo en cuenta importantes factores de confusión, como los demográficos (no es lo mismo vivir en una zona empobrecida que en una favorecida), pero también los relacionados con el estilo de vida (Ej: tabaquismo, sedentarismo o alcoholismo).

Es decir, los investigadores tuvieron en cuenta factores como el que sigue: una persona fumadora tiene más riesgo de mortalidad, y como existen menos fumadores en el colectivo vegetariano, se debe calibrar si la menor mortalidad observada en ellos es atribuible a la ausencia de tabaquismo. Mediante complejos cálculos estadísticos, se puede descartar (aunque nunca al 100%) este y otros posibles factores de confusión. Después de efectuar tales cálculos, la conclusión de los autores fue la siguiente: “Las dietas vegetarianas se asocian con una menor mortalidad por cualquier causa, y con algunas reducciones en la mortalidad por causas específicas”. Como estudios previos habían observado un menor riesgo de diabetes tipo 2 y de cáncer en personas vegetarianas, el resultado de este nuevo estudio no sorprende. Sea como fuere, siguen habiendo motivos para dudar de tales resultados, como expuse en el texto “Dieta vegetariana, ¿menos mortalidad?” (apartado «Prevención de enfermedades, ¿basta con comer vegetales?»). De lo que nadie duda es que seguir una dieta vegetariana no aumenta el riesgo de mortalidad, como muchos piensan.

 

Niños vegetarianos

En niños vegetarianos, creo que está justificada una visita a un dietista-nutricionista colegiado, mejor si es conocedor de las características de la dieta vegetariana. De hecho, viendo las tasas de obesidad infantil que hay en nuestro país y sabiendo lo fatal que comen nuestros niños, lo cierto es que todos los niños se beneficiarían si sus padres pasasen por la consulta de un nutricionista. Ojalá fuera gratuito, por cierto, como pedimos en 2010 al Senado.

Sea como fuere, la Academia Americana de Nutrición, la principal asociación de nutricionistas de Estados Unidos, considera que una dieta vegetariana bien planeada puede ser adecuada para niños. Algo similar opinan el Comité de Nutrición de la Asociación Americana del Corazón, la sociedad pediátrica europea de referencia (ESPGHAN), o la Academia Americana de Pediatría. Existen, de nuevo, pros y contras. La dieta vegetariana en la infancia debe planificarse adecuadamente, porque la infancia es un periodo crítico y las deficiencias o excesos pueden afectar de por vida al niño. Aunque eso también lo podemos aplicar a la dieta omnívora: no olvidemos que los problemas dietéticos en la infancia suponen una prioridad de salud pública en las agendas de las autoridades sanitarias españolas. Uno de los principales problemas a los que nos enfrentamos los sanitarios en España es la obesidad, que puede prevenirse mediante una dieta vegetariana, según el más reciente consenso español de obesidad. Es el llamado “consenso FESNAD-SEEDO”, publicado en 2011, que detalló que: “El consumo de dietas vegetarianas podría conducir a una menor ganancia de peso con el tiempo en adultos sanos”.

Como en el caso de los adultos, el principal problema de la dieta vegetariana en niños es la deficiencia de vitamina B12. Aunque aquí estamos, si cabe, ante una situación todavía más preocupante. Mientras que es probable que los adultos no presentemos a corto-medio plazo ningún síntoma “visible” de deficiencia de B12, en niños pueden presentarse muy pronto síntomas graves. ¿Por qué en adultos no aparecen pronto los síntomas? La respuesta tiene que ver con una vitamina, el ácido fólico. Las personas vegetarianas suelen consumir mucha cantidad de ácido fólico, muy presente en alimentos vegetales, y ello puede “enmascarar” el principal (pero no único) síntoma que se produce cuando falta esta vitamina: la anemia megaloblástica. Es un tipo de anemia en la que los glóbulos rojos no se forman bien, por lo que no transportan correctamente el oxígeno a los tejidos (el paciente suele presentar síntomas de agotamiento).

Pues bien, la vitamina B12 participa, junto al ácido fólico en la producción de glóbulos rojos. Si falta B12, pero existe una suficiente cantidad de ácido fólico, los glóbulos rojos se crean bien (por lo que no aparecerá la anemia megaloblástica), pero no se evitan otras patologías específicas de la deficiencia de B12. El ácido fólico, como digo, no protege del daño neurológico asociado a la falta de B12, cuyos síntomas en bebés o niños se observan al poco tiempo de existir la deficiencia de B12, pero que en adultos pueden tardar en manifestarse. Si se presentan, suelen ser problemas de equilibrio, entumecimiento y hormigueo de manos y pies, confusión mental, entre otros, según detalla el portal MedlinePlus.

La recomendación más sensata que he leído sobre cuánta vitamina B12 conviene que consuma un niño (o un adulto) vegetariano es la recogida en esta página web por parte del dietista-nutricionista Jack Norris. Tienes más información, e incluso una tabla que seguro que te interesa, en el texto «El peliagudo pero apasionante mundo de la vitamina B12 en vegetarianos«.

Otros nutrientes a vigilar son el yodo y la vitamina D. Hoy por hoy, la leche de vaca en España es una importante fuente de yodo, tal y como ha mostrado una investigación coordinada por el Dr. Juan José Arrizabalaga y publicada el 18 de septiembre en la revista Medicina Clínica. En todo caso, la ingesta de yodo puede cubrirse si se toma cada día una pizca (unos 2 gramos) de sal yodada y no se consumen a menudo alimentos superfluos. En cuanto a la vitamina D, la “ruta fisiológica” para el suministro de esta vitamina es la síntesis cutánea. En general, si el niño dedica unos 10-15 minutos de exposición de su piel al sol (cara, brazos, espalda o piernas –sin protector solar-) unas tres veces por semana, producirá suficiente vitamina D (en bebés amamantados se aconseja la suplementación profiláctica con vitamina D).

En el periodo de alimentación complementaria (que empieza aproximadamente a los seis meses -antes lo más recomendable es que solo tomen leche materna -o de fórmula, en su defecto-), los niños vegetarianos pueden tomar huevo, legumbres, frutos secos triturados, tofu (“requesón de soja”), otros preparados a base de soja, seitán (gluten de trigo), aguacate y cualquier otro alimento saludable de la dieta de los adultos, siempre sin olvidar:

1) que se priorice la leche materna (o de fórmula, en su defecto);

2) la importancia capital de la vitamina B12; y

3) que no se pretenda que el niño tome grandes cantidades de cereales integrales o legumbres, sobre todo si es un menor de dos años (su gran cantidad de fibra puede hacer que el niño no absorba suficiente energía, por lo que en bebés vegetarianos tiene sentido combinar los integrales con refinados).

Aunque, según la Academia Americana de Nutrición, la anemia ferropénica es igual de frecuente en personas vegetarianas que en no vegetarianas, los bebés veganos que no sean amamantados (lo ideal es que lo sean más allá de los dos años) deberían tomar hasta el año una fórmula infantil de leche artificial que esté enriquecida en hierro. La Academia de Nutrición y Dietética, en todo caso, aconseja que los niños vegetarianos tomen a partir de los 6 meses y hasta el año o bien alimentos enriquecidos con hierro (revisa la etiqueta, y no solo por el hierro, también por el azúcar, que abunda en muchos alimentos infantiles) o bien suplementos de hierro (pregunta a tu pediatra si es tu caso). ¿Pueden desarrollar una anemia? Sin duda, como también sucede en miles de niños no vegetarianos, en cuyo caso deberá tratarse médicamente.

En cuanto al calcio, el Comité de Nutrición de la Asociación Americana del Corazón indica en su página Web que “los estudios muestran que los vegetarianos absorben y retienen más calcio de los alimentos que los no vegetarianos”.

Nada de lo anterior significa, insisto, que los padres de un niño vegetariano no deban preocuparse por promover una alimentación saludable en su hijo, como debería hacer también los padres de un niño no vegetariano.

Finalizo con seis consejos:

1.- Recordar la importancia de la vitamina B12

2.- No descartar acudir a un dietista-nutricionista conocedor de la dieta vegetariana.

3.- Revisar los apéndices 8 y 9 de las últimas guías dietéticas para los americanos, en los que encontramos aspectos clave para diseñar correctamente una dieta vegetariana o vegana.

4.- Tener en cuenta que nunca jamás se debe obligar a un niño a comer. Tampoco premiarle o coaccionarle. Por si no te convenzo te sugiero leer el texto «Generalitat de Catalunya a familias y monitores de comedor: no obliguen a comer a los niños«.

5.- Recordar que a partir de los 2-3 años la dieta del niño se debe parecer mucho a la nuestra, por lo que conviene que exista una abundante presencia de granos integrales, frutas, hortalizas, legumbres y frutos secos (chafados o triturados antes de los 3-5 años).

6.- Todos los niños deberían consumir la menor cantidad de alimentos superfluos con poco valor nutricional (ej: «refrescos», zumos (aunque sean caseros) bollería, azúcar o alimentos azucarados, postres lácteos azucarados, patatas fritas de bolsa, galletas…). Lo mejor es que no estén en casa. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Esto último tiene mucho que ver con una frase que muchas de nuestras madres nos han repetido en más de una ocasión: “no es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia”. En dietética funciona de manera parecido. Es casi más importante “no ensuciar” (no consumir a menudo alimentos superfluos), que “limpiar mucho” (obsesionarse por seguir una dieta sana).

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