Texto originalmente publicado, en agosto de 2015, en Espacio Abierto, cuando todavía colaboraba con dicho centro.

 

@JulioBasulto_DN

El concepto “alimentación complementaria” es uno de los peor entendidos en el ámbito de la alimentación. No es el peor, porque ese podio se reserva a la palabra “dieta”, pero es un digno rival. Por desgracia, la mayoría de los mortales, y eso incluye a bastantes profesionales sanitarios,  no aciertan a comprender que “complementaria” no es sinónimo de “sustitutiva”. Piensan, o les hacen pensar los vendedores de “alimentos infantiles”, que el periodo de la alimentación complementaria es el momento en la vida del bebé en que hay que sustituir la lactancia (que por arte de magia deja de alimentar –sic-) por alimentos sólidos.

¿He dicho sólidos? Perdón, quería decir triturados. Y si son papillas de cereales, o potitos comerciales, mejor, que tienen nutrientes que jamás encontraremos en la leche materna o en la comida casera, según nos sugieren sus vendedores o quienes se dejan comprar por ellos (incluya aquí no solo a celebridades, también a algunos medios de comunicación, a ciertas entidades sanitarias o a determinados profesionales sanitarios).

Pues no, complementaria no es sinónimo de sustitutiva. Hablé de ello ampliamente en mi libro “Se me hace bola”. En él, incluí, por ejemplo, las recomendaciones de la Unión Europea, que reconoce que tiene sentido incorporar alimentos complementarios a partir de aproximadamente los seis meses de edad del bebé, aunque lo matiza con la siguiente consideración: “La leche materna, no obstante, debería seguir siendo la principal fuente nutritiva durante todo el primer año de vida”. La frase  entrecomillada aparece en un documento titulado “Alimentación de los lactantes y de los niños pequeños: Normas recomendadas por la Unión Europea” que pueden consultar aquí: http://www.aeped.es/sites/default/files/2-alimentacionlactantes_normas_recomendadasue.pdf

Se me ocurre, y de ahí el motivo de este texto, que quizá se entienda mejor todo este asunto con una pequeña metáfora. Imagínense que les digo que me voy a un centro comercial a comprarme ropa y complementos. Tras practicar el “shopping”, vuelvo a casa, vació las bolsas, y decido salir a la calle llevando encima de mi desnudo cuerpo no la ropa, sino los complementos: un par de pulseras, un sombrero y unas gafas a juego. No tardaría mucho en pasar frío, en lastimarme el pie con un cristal o en recibir el no pedido consejo de un transeúnte, indicándome lo poco apropiada que es mi indumentaria.

Seguro que entienden la metáfora. Nadie confunde la ropa con los complementos. Son importantes, no digo que no, pero no están pensados para sustituir a zapatos, pantalones, faldas, jerséis o chaquetas. Con sus similitudes y diferencias, dicha metáfora es válida para entender por qué decimos “alimentación complementaria” y no “alimentación sustitutiva”. Es decir, no deberíamos confundir los alimentos que complementan la leche materna (o de fórmula, en su defecto) con alimentos que la sustituyen.

Los alimentos complementarios los ofreceremos (que no “introduciremos”) sin la pretensión de sustituir a la lactancia. He indicado en varias ocasiones, pero no me importa repetirlo, que tales alimentos pueden ser, como reconoce la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), “finger foods”, es decir, alimentos que el niño puede coger con sus propios dedos. Es algo que se conoce como “Baby-led weaning” o, también, “Alimentación complementaria dirigida por el bebé”. Tienen más información aquí: http://enfamilia.aeped.es/node/746

Les dejo, para finalizar, con seis enlaces en los que ampliar lo aquí resumido:

 

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