Texto publicado originalmente en: Basulto J. Educación alimentaria de los niños en base al ejemplo de los padres. En: Resúmenes de ponencias: VI Congreso de la Fundación Española de Dietistas-Nutricionistas (FEDN). Valencia; Rev Esp Nutr Hum Diet. 2014; Vol. 18(Supl. 1): 36-37. En línea: http://renhyd.org/index.php/renhyd/article/download/129/101 (página 36).

No cabe duda de que la alimentación infantil en España se aleja de un patrón de dieta saludable, tal y como han mostrado en febrero de 2014 Tognon y colaboradores en la revista Nutrition, metabolism, and cardiovascular diseases (1). Ello, sumado a las preocupantes tasas de exceso de peso en la infancia que se observan en nuestro país (aproximadamente tres de cada cuatro niños presenta sobrepeso u obesidad), justifica la implementación de toda medida que muestre pruebas de eficacia y esté exenta de efectos adversos. Sobre todo si se tiene en cuenta el papel determinante que desempeña una buena alimentación para prevenir una larga lista de enfermedades crónicas en la edad adulta.

Pese a que existen autores que consideran que buena parte de la prevención de los malos hábitos dietéticos y de la obesidad infantil debe recaer en medidas gubernamentales (Ej.: incorporación de los dietistas-nutricionistas en salud pública, prohibición de la publicidad de alimentos malsanos dirigida a niños, promoción de la lactancia materna, entornos saludables de nutrición en las escuelas, financiación a campañas de promoción de frutas y hortalizas, etc), lo cierto es que los padres o cuidadores, a nivel individual, pueden ejercer un gran papel a la hora de promover una dieta sana (2).

Sin embargo, los adultos no deben “inculcar” unos buenos hábitos de alimentación en sus hijos (“inculcar” es una palabra con ciertas connotaciones negativas), ni ofrecer incentivos para que el niño coma saludablemente, y mucho menos amenazar, chantajear o castigar, porque todo ello puede ser contraproducente y generar aversiones y resistencias (3).

La Academia de Nutrición y Dietética propone “

[…] el uso de un enfoque de la alimentación perceptiva [en inglés “responsive”, que en ocasiones se traduce como “responsiva”], en la que el cuidador reconoce las señales de hambre y saciedad del niño, y responde en consecuencia, se ha incorporado en numerosos programas federales de alimentación y nutrición internacionales. […]. Con este enfoque, el  papel de los padres u otros cuidadores con respecto a la alimentación consiste en proporcionar oportunidades estructuradas para comer, un apoyo apropiado en función del desarrollo del niño, y alimentos adecuados, sin coaccionar al niño para que coma. Los niños son responsables de determinar si comen o no y en qué cantidad lo hacen, de entre lo que se les ofrece”. La frase aparece en su documento “Nutrition Guidance for Healthy Children Ages 2 to 11 Years” (Guía nutricional para niños sanos de entre 2 y 11 años), publicado en la revista Journal of the Academy of Nutrition and Dietetics en agosto de 2014 (3)

En todo caso, existen pruebas a favor del papel de los padres y cuidadores como modelo a la hora de que los menores adquieran unos buenos hábitos de alimentación. A modo de ejemplo, una investigación publicada en octubre de 2013 en la prestigiosa revista científica International Journal of Obesity por Østbye y colaboradores concluyó, tras evaluar el efecto del ambiente del hogar sobre la cantidad de actividad física y la calidad de la dieta de niños preescolares, que “Los modelos de conducta de los padres pueden reducir el consumo de alimentos ‘basura’ de los niños y evitar su sedentarismo”. Si los padres o cuidadores, además de dar ejemplo, evitan tener en el hogar alimentos malsanos eso se puede traducir, según la investigación, en un incremento en la cantidad de alimentos saludables que consumen los menores. Los investigadores responsables del estudio indicaron que los padres “son un modelo de rol para sus hijos” y que el ambiente en el hogar es “crítico” para prevenir la obesidad infantil (2). Tales constataciones se suman a las evidencias que revelan que una buena “política” de salud en el hogar y predicar con el ejemplo son aspectos cruciales a la hora de promover unos buenos hábitos en los menores. Lo lógico es que en un hogar en el que los padres se alimentan de forma equilibrada sea muchísimo más probable que haya alimentos sanos al alcance del menor. Numerosos estudios señalan que cuando en el hogar hay más frutas y hortalizas, los niños consumen mayor cantidad de ellas. Y viceversa: si en casa hay más alimentos insanos (como bebidas azucaradas), la ingesta del menor es menos saludable. Que los propios padres escojan unas buenas costumbres tanto de alimentación como de actividad física resulta decisivo para que los niños sigan el mismo camino. No solo eso, si los padres, con el objetivo de promover la salud de sus hijos, mejoran sus propios hábitos, estarán haciendo algo bueno para su propia salud. Ello confirma que cuanto más damos, más recibimos (4).

Una de las mejores maneras de transmitir unos buenos hábitos, por último, es incrementar el número de comidas compartidas con los menores. Cada vez más investigaciones científicas confirman algo que, pese a que es de sentido común, cada vez es menos frecuente: comer en familia se asocia a una mejor calidad de la dieta del menor (5-9). Es por ello que diversas entidades de referencia incluyen entre sus recomendaciones comer a menudo en familia (5).  Incluso existen estudios que apuntan que esta sana costumbre podría evitar comportamientos de riesgo en adolescentes (10,11)

Bibliografía

 1.-  Tognon G, Hebestreit A, Lanfer A, Moreno LA, Pala V, Siani A, et al. Mediterranean diet, overweight and body composition in children from eight European countries: cross-sectional and prospective results from the IDEFICS study. Nutr Metab Cardiovasc Dis. 2014;24(2):205-13.

2.- Østbye T, Malhotra R, Stroo M, Lovelady C, Brouwer R, Zucker N, et al. The effect of the home environment on physical activity and dietary intake in preschool children. Int J Obes (Lond). 2013;37(10):1314-21.

3.- Academy of Nutrition and Dietetics. Position of the Academy of Nutrition and Dietetics: Nutrition Guidance for Healthy Children Ages 2 to 11 Years. J Acad Nutr Diet. 2014;114(8):1257-76.

4.- Basulto J. Se me hace bola (Cuando no comen como queremos que coman). Barcelona: Random House Mondadori (DeBolsillo); 2013.

5.- Barlow SE; Expert Committee. Expert committee recommendations regarding the prevention, assessment, and treatment of child and adolescent overweight and obesity: summary report. Pediatrics. 2007 Dec;120 Suppl 4:S164-92.

6.- Neumark-Sztainer D, Eisenberg ME, Fulkerson JA, Story M, Larson NI. Family meals and disordered eating in adolescents: longitudinal findings from project EAT. Arch Pediatr Adolesc Med. 2008;162(1):17-22.

7.- Berge JM, Jin SW, Hannan P, Neumark-Sztainer D. Structural and interpersonal characteristics of family meals: associations with adolescent body mass index and dietary patterns. J Acad Nutr Diet. 2013;113(6):816-22.

8.- Tabak I, Jodkowska M, Oblaci?ska A, Mikiel-Kostyra K. [Can family meals protect adolescents from obesity?]. Med Wieku Rozwoj. 2012;16(4):313-21.

9.- Hammons AJ, Fiese BH. Is frequency of shared family meals related to the nutritional health of children and adolescents? Pediatrics. 2011;127(6):e1565-74.

10.- Kim YS, Lee MJ, Suh YS, Kim DH. Relationship between Family Meals and Depressive Symptoms in Children. Korean J Fam Med. 2013;34(3):206-12.

11.- Skeer MR, Ballard EL. Are family meals as good for youth as we think they are? A review of the literature on family meals as they pertain to adolescent risk prevention. J Youth Adolesc. 2013;42(7):943-63.

 

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