Para animaros a que os hagáis lo antes posible con un ejemplar de «Tú eliges lo que comes», muy recomendable libro del pediatra (y amigo) Carlos Casabona (@carloscasabona), he pensado en compartir aquí el epílogo que tuve el placer y el honor de incluir en él (el prólogo, por cierto, corrió a cargo del gran Carlos González). Si más, que ahí va:

«Se supone que los epílogos deberíamos leerlos al acabar el texto en el que aparecen. Como yo nunca lo hago, me da por pensar que quizá usted tampoco haya resistido la tentación de ver qué ha dicho “el Basulto ese” sobre este libro. Si es su caso, le aconsejo encarecidísimamente que deje de leer estas líneas y se lance sin falta a disfrutar de esta maravillosa, necesaria y recomendable obra.

¿Ya lo ha hecho? En tal caso ¿a que ha valido la pena? Es la prueba viviente de que divulgación y ciencia pueden congeniar a la perfección. Es lógico, porque Carlos Casabona es un inteligente (y a la vez divertido y positivo) pediatra consagrado a mejorar la salud poblacional. Es un valiente mosquetero que no duda en enfrentarse a los poderosos lobbies alimentarios con la herramienta que más les asusta: la afilada e implacable espada de la verdad. Por eso insiste en que debemos saber detectar “los entresijos y las técnicas depuradas de marketing” con que dichos lobbies nos persuaden para que compremos sus salados, grasientos, azucarados y muy calóricos pseudoalimentos. A partir de ahí nos invita a elegir, pero, eso sí, con conocimiento de causa.

Seguimos estando en un epílogo (insisto: no pierda el tiempo en ese escrito si no ha leído antes el libro), así que les diré qué pensaba yo mientras disfrutaba de cada capítulo de “Tú eliges lo que comes”. Me venían a la cabeza expresiones similares a “¡qué obra de arte!”, “¡menudo regalo a la humanidad!” o “¡cuánta genialidad junta!”. Lo pensaba en muchas ocasiones, como cuando Carlos indica que debemos adquirir un pensamiento crítico para poder “hacer frente a la imposición de ideologías y costumbres difundidas por los altavoces de aquellos que las construyen para su exclusivo beneficio”. O cuando leía las muchas ideas que propone con el objetivo de “escoger alimentos saludables aunque tengamos delante productos insanos”. Por desgracia, tales productos los tenemos muy, pero que muy delante. Tanto que podrían compararse a un ruido de fondo.
Y es que vivimos en un mundo gobernado por los ruidos. Hay ruidos ensordecedores, como los de los millones de motos y coches que nos rodean. ¡Cómo conviene silenciarlos, por el bien de nuestra salud y del medio ambiente, y sustituirlos por insonoros pasos caminando o por el armonioso sonido de las ruedas de una bicicleta! Aunque también hay ruidos manipuladores, como el de los omnipresentes anuncios de productos alimenticios (ya habrán comprobado en este libro que no es justo considerarlos “comida”). Algunos de dichos ruidos son silenciosos, si me permiten el oxímoron, como es el caso de vallas publicitarias, anuncios en prensa, máquinas expendedoras de sustancias comestibles, grandes pantallas, carteles ubicados frente a nuestro asiento del tren, etc., pero siguen perteneciendo a la categoría de “ruido”.

El ruido de la presión publicitaria es tan habitual y está tan presente en nuestro día a día, que no somos conscientes de hasta qué punto nos condiciona y ensordece nuestro criterio. Carlos consigue, con grandísimas dotes de humor, inteligencia y ciencia, que no nos acostumbremos a ese ruido, que sepamos de buena tinta sus efectos y, sobre todo, que podamos elegir con libertad. Porque no elige con libertad quien recibe información manipulada y tendenciosa, sino quien tiene en su haber los pros y contras de todas las posibles opciones.

Pero lo que más me gusta de Carlos, y con esto acabo, es que nunca ha dudado de que una de las claves que permitirán que mejoremos nuestro estilo de vida se denomina “predicar con el ejemplo”. Y eso no lo sé porque lo haya leído aquí o porque me lo haya dicho un parajito, sino porque tengo la gran suerte de ser su amigo. Mil gracias, Carlos.
Julio Basulto, septiembre de 2015».