“Cuando no comía me guardaban las lentejas que me había dejado para la cena. Si no me las terminaba, me iba a la cama con el estómago vacío. Las aborrezco y, moralmente, si mi hijo no las come, no le fuerzo”. Este es uno de los comentarios que se escucha en un círculo de padres a las puertas de un colegio público. “Pues yo si Pablo no se come todo lo que hay en el plato, no se levanta. Pero vamos… Ni sale a jugar, ni se le lleva a fútbol, ni nada. Tiene que comer lo que hay, no estoy para amoldarme a sus caprichos y malcriarlo”, comenta otra madre.

Comer o no comer… Esa es la cuestión. Para muchos padres a partir de una determinada edad el acto de sentarse a la mesa con sus hijos se convierte en un auténtico tormento, en una cruzada. Algunos utilizan el método de la recompensa, otros juegan a las técnicas del soborno e incluso los hay que recurren al castigo con tal de que su pequeño “deje vacío el plato”. El dietista- nutricionista, Julio Basulto los llama padres “del club del plato limpio”. “Es un tira y afloja constante para conseguir que se acabe el plato”, explica Juan, otro de los progenitores que con alegría celebra la vuelta al cole. “Por lo menos así conseguimos que coma”, afirma