Como ven, continúo con la «saga» titulada #CaraQuePonemosL@sNutricionistasCuando (las dos anteriores «entregas» aquí y aquí). Lo hago estimulado por una cuestión que me planteó la semana pasada una buena mujer: al enterarse de que yo era nutricionista, me preguntó sin pestañear «¿para qué sirve una pera?». ¿Perdón?, respondí yo. Ella me explicó que la pera no le gusta, pero que había escuchado en la televisión que era muy buena para «noséqué» de la salud, por lo que se forzaba a comerla, religiosamente, cada día de su vida. ¿Para qué va bien exactamente?, insistió, a lo que yo respondí con una cara similar a la que aparece en la foto adjunta.

El caso es que le expliqué que no existen pruebas que nos permitan atribuir a un tipo concreto de fruta o verdura claros beneficios para la salud. Es algo que detallé en noviembre del año pasado en el texto «Frutas del bosque: saludables, pero no milagrosas«. Es más, es ilegal atribuir a la pera propiedades preventivas o terapéuticas. El abogado Francisco Ojuelos y yo mismo estamos abordando esta y otras cuestiones relacionadas en otra «saga», en este caso titulada «La regulación de la publicidad de alimentos: un estriptís por entregas». Tienen la penúltima entrega (en breve publicaremos la última) en este enlace.

Pero hay más cosas a tener en cuenta, porque en el mismo momento en que alguien atribuye a la pera un beneficio específico para la salud se pueden producir diversas situaciones nada deseables, tales como:

  • Odio la pera. La odio con todas mis fuerzas, pero como en la tele dicen que es “sanadora”, no queda más remedio que metérmela entre pecho y espalda. ¿Disfrutar comiendo? ¡Eso es imposible!
  • Si la pera tiene particulares propiedades preventivas o terapéuticas es porque en su interior hay alguna sustancia misteriosa e impronunciable, respondable de sus virtudes. Así pues, pongamos esa cosa en unos comprimidos sanadores, en unos frascos medicinales, en unas grageas terapéuticas, en unas pastillas curativas, en unas píldoras holísticas, en unos sobres reparadores, en unas tabletas galénicas o en un elixir rejuvenededor. Acto seguido, denominamos a nuestro mejunje “complemento alimenticio“. No podemos olvidarnos de lo más importante: que anuncie nuestro producto esa señora que vende cápsulas de magnesio (o, en su defecto, un famoso o una esbelta y risueña veinteañera), y “p’alante”. ¿Hacer estudios científicos para comprobar sus beneficios o sus riesgos? ¡No hace falta, hombre! ¡Si lo dice hasta el Pàmies!
  • Hay que ver qué maravilla lo que hace la pera, es tan buena que puedo seguir demorando la decisión de hacer ejercicio/dejar de fumar/dejar de beber tanto alcohol, etc.
  • Hay una médico que pone a la pera en la lista de alimentos anticáncer. A su vez, muchos terapeutas alternativos aseguran que los tratamientos convencionales para el cáncer son fruto de la industria farmacéutica, que quiere robarnos, envenenarnos y asesinarnos. No como los vendedores de plantas medicinales, desde luego. Ergo, abandono el tratamiento que me ha prescrito el oncólogo para mi tumor, que eso es pura química, y a comer peras se ha dicho (lo mismo se aplica a otros trastornos, como diabetes, hipertensión o hipercolesterolemia, claro).
  • ¡Qué bien! ¡No hace falta que deje de comer tanta bollería, tantos refrescos, tantas galletas, tanto embutido y tantos aperitivos salados! Me jalo una pera y “compenso”.
  • Fíjate si es buena la pera, que incluso una pera al vino cubierta de chocolate sigue siendo beneficiosa (ejem).
  • Su bebé ya es mayorcito, por lo que conviene que le vaya espaciendo las tomas de pecho y le introduzca un alimento que es mucho más saludable y que le aporta vitamina C, potasio, fibra prebiótica y fitoquímicos polifenólicos: la pera. ¿Qué dice? ¿Que su leche tiene propiedades inmunomoduladoras? No me venga con chorradas, señora mía, y ya sabe: pe-ra. Ah, y si a ese crío no le gusta la pera, tiene dos posibilidades: 1) la tritura y la mezcla con galletas Dinosaurus. Fíjese, hasta llevan el logo de la Asociación Española de Pediatría. Tenga, aquí le regalo una muestra; 2) Pediasure que te crío para el crío (y valga la redundancia).
  • ¡Hay que ver cómo le cuesta a mi bebé comerse la pera! Tengo que triturarla y ponerla en una jeringuilla, para luego meterle la pera a la fuerza a mi hijo a base de jeringuillazos (esto último, por cierto, no me lo he inventado, me lo explicó en su día una mujer. No sé qué cara puse, pero debió ser todo un poema).

Así que, tras maldecir mentalmente a los falsos gurús que otorgan fantásticas propiedades (imaginarias) a los alimentos, le recomendé a la susodicha mujer lo siguiente: “Puede usted escoger la fruta que le venga en gana: si no le gusta la pera, no se la tome. Yo no soporto el melocotón, y no me lo tomaría ni aunque me pagaran, por más vitaminas, minerales o antioxidantes que tenga. Conviene tomar fruta a diario, pero conviene mucho más disminuir al máximo el consumo de alimentos superfluos”.

Sobre esta última cuestión hablé en los textos “La mala alimentación supera nuestro consumo de alimentos sanos” y “Una de cada tres personas sigue una dieta insana“.

Les dejo, que me voy a comer un melocot, que diga, un plátano.

 

 

carapera